Éxodo 2, 1-15a; Sal 68, 3. 14. 30-31. 33-34 ; san Mateo 11, 20-24
El otro día me acerqué a ver a los cuarenta y tantos chavales que tenemos de colonias. Al llegar al pueblo me dejé guiar por mi GPS, es decir, mi infalible sentido de la orientación. Por supuesto, me equivoqué. Comencé a meterme por calles cada vez más estrechas. Debían ser de dos sentidos, por arriba y por abajo. Después de unos cuantos giros conseguí llegar a la plaza del pueblo, desde donde ya sabía orientarme. Tristemente, para mí, era día de mercadillo y era imposible ni tan siquiera entrar en la plaza, así que tuve que recorrer todas las callejuelas de antes, pero marcha atrás. Para mi gusto la marcha atrás se usa sólo para aparcar, si hubiese que ir más veces así sería más cómodo poner un volante a cada lado del vehículo. Así que, muy poco a poco, conseguí sortear todos los obstáculos, no perder ningún espejo retrovisor, y salir a una calle en la que de verdad cabían dos coches. Con un poco de paciencia, y rectificando cien mil veces, siempre se puede salir de los embrollos en que nos metemos.
“¡Ay de ti, Corozaín, ay de ti, Betsaida!.” Cuando en la oración he meditado el tono con que Jesús diría esos “ayes” me he estremecido. No creo que fuese un tono de enfado, ni de ira. Tampoco de desesperanza o de impotencia. El Señor sabía que todavía tenía que pasar por la cruz para la redención de todo el género humano. Conocía que, en la desnuda soledad de la cruz, los milagros que había realizado encontraban su sentido y, pasaban de ser “anécdotas de un taumaturgo” a signos veraces de la curación del hombre herido por el pecado. El tono de esos “ay” me recuerda la Evangelio del domingo: “han cerrado lo ojos ; para no ver con los ojos, ni oír con los oídos, ni entender con el corazón, ni convertirse para que yo los cure.” Es la tristeza de ver que se rechaza la salvación de Dios, cuando la tenemos tan a mano.
No hay nada más triste que la desesperanza, que el pensar que no hay salida o que ni Dios es capaz de salvar nuestra vida. La semana pasada otros cuanto bautizados presentaron en el Arzobispado de Madrid sus peticiones de apostasía. Movidos por una fuerte campaña en muchos medios y enfocados por las cámaras presentaban esos papeles en la sede de la calle Bailén (por cierto, en las fotos estaba la puerta cerrada, cuando está toda la mañana abierta …, ¿por qué no se enteran de los horarios?): A lo mejor piensan que firmando un papel apartan a Dios de su vida, que su corazón no les va a pedir más, que su alma descansará serena. Pero no será así, el hombre está hecho para el Amor de Dios y no se conforma con amoríos, por muchos papeles que se firmen.
Un “Ay” más triste saldrá de los labios del Señor cuando vea, a veces tan a menudo, la desesperanza de los que decimos que queremos seguirle. Hemos oído sus muchos milagros, participamos activamente en muchos de ellos: comulgamos frecuentemente, nos confesamos, hemos sido bautizados, nos dirigimos a Él en la oración …, pero nos contentamos con una vida ramplona, pensamos que no podemos ir a más, compaginamos nuestra vida con nuestros pecados, pensamos que son irremediables y hemos dejado de luchar. Nos creemos incapaces de “dar marcha atrás,” de desandar el camino recorrido y volver a la fuente de la Gracia, al Amor primero. Realmente es mucho más difícil conducir “marcha atrás,” pero con paciencia y confianza (y si alguien te dirige, mucho mejor), donde se entró de frente, se puede salir yendo hacia atrás, aunque haya que rectificar una y mil veces.
No sufras si has equivocado tu vida, y has llegado a un lugar de donde crees que no puedes salir. Humanamente nos podrá parecer difícil, podríamos añorar la época en que íbamos como por una autopista. Para nosotros, humanamente heridos por el pecado, nos parecería más fácil rescatar al pueblo de Israel de Egipto, teniendo a Moisés en un buen puesto cerca del Faraón, pero Dios le coloca lejos de la influencia de los poderosos, “en el país de Madián.” La vida del cristiano no puede ser añoranza, es camino.
Nuestra Madre la Virgen nunca tuvo que rectificar, conocía claramente el camino. Pídele a ella que sea tu guía, y por muy parado que estés en tu vida, ella te volverá a reconducir hacia Cristo.