Éxodo 3, 13-20; Sal 104, 1 y 5. 8-9. 24-25. 26-27; san Mateo 11, 28-30
El teléfono móvil (celular, por si alguien lee este comentario desde América Latina), es un gran invento y una gran esclavitud. Un gran invento pues es capaz de sacarte de muchos apuros, y una esclavitud pues siempre estás localizado. Cada día la agenda que incluyen los móviles tienen más memoria, caben más y más números. Esto también es una ventaja, puedes almacenar cientos de números de teléfono; para los que conocemos miles de personas nos viene muy bien. Pero también tiene su desventaja. Hace unos años casi todo el mundo conocía de memoria unos cuantos números de teléfono, los más usuales, para el resto estaba la “Luxindex.” Preguntabas a tu madre: “¿Cuál es el número de Juanito?”, y te respondía en seguida: “El 9177234…”. Ahora tienes que estar toqueteando en el móvil durante un rato antes de dar un número telefónico. Lo que no se usa se atrofia, dice el dicho, y la memoria se pierde cada día más. Si se nos estropea el móvil (y no hemos hecho copia de seguridad de la agenda), se produce una catástrofe similar a la caída del Imperio Austro-Húngaro. Al menos a mí me ocurre que cada día tengo menos memoria y dudo de los números de teléfono que antes me sabía perfectamente.
“Si ellos me preguntan cómo se llama este Dios, ¿qué les respondo?” No es una pregunta baladí esta de Moisés. Estoy esperando que publiquen la edición castellana del catecismo en preguntas para aprenderme la pregunta (que espero que esté), de quién es Dios. En el catecismo que estudié de pequeño contestaba: “Dios es nuestro Padre, que está en el cielo, creador y Señor de todas las cosas, que premia a los buenos y castiga a los malos” (por lo menos ese trozo de memoria aún lo conservo). Pero hoy hay muchos cristianos, mucho católico bautizado, que no sabe muy bien qué significa que Dios es Padre, le niegan el ser creador y su señor es el euro (o el dólar) y que niegan la remuneración en la vida eterna. Y lo que es mucho más triste: estoy convencido de que si un ateo le preguntase a muchos cristianos: “¿Cómo es el Dios en que crees?” no sabrían responder, e incluso les parecería una pregunta que no hay que hacerse. Es curioso, en esta época científica, en la que a todo queremos dar explicación, muchos cristianos se conforman con la “fe del carbonero,” sin querer responder a la pregunta “Si ellos me preguntan cómo se llama este Dios, ¿qué les respondo?” Es más, no se responden ni a sí mismos. Perder la memoria de quién es Dios hace que Dios se convierta en una especie de número de teléfono, almacenado en el fondo de la memoria, al que nunca llamamos y que nunca nos llama, pero del que esperamos acordarnos cuando, al fin de nuestra vida, aparezca su nombre en la pantalla.
“Soy el que soy.” La respuesta de Dios nos da muchas pistas. Dios es, no nos lo inventamos, ni podemos manipularlo; luego en vez de “crear” a nuestro Dios, tenemos que buscarlo. Los que han buscado a Dios lo han encontrado, y ha sido tan grande su asombro que no han podido sino entregarse completamente a Él. “Soy el que soy,” luego es Él que toma la iniciativa, el que ha querido mostrarse para que nosotros pudiésemos conocerle como Él es, por eso la pregunta sobre quién es Dios es necesaria en los hombres de corazón sensato.
“Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré.” Si en estos días, que muchos planean irse de vacaciones, alguien pensase subirse en el coche y conducir sin rumbo hasta que se termine el depósito de gasolina, pensaríamos que está mal de la cabeza, así no se descansa nada, acabaría agotado. Así les pasa a los que no se plantean quién es Dios, nunca llegan a ningún sitio, aunque repitan oraciones como los loros. Cuando en nuestra búsqueda, descubrimos a Dios que se nos muestra como es, entonces podemos descansar en Él de todas nuestras fatigas.
Santa María es la madre que sabe de memoria el número de contacto con Dios, no te hará esperar buscando en la memoria de su móvil. Pídele a ella que te ayude a encontrarle y que nunca eludas la pregunta que te ayudará a dar razón de Dios a ti mismo y a los demás.