san Pablo a los Romanos 14, 7-12; Sal 26, 1. 4. 13-14 ; san Lucas 15, 1-10
Mientras el panorama nacional parece “movidito” entre tantos asuntos políticos, la infanta Leonor vive sus primeros días de vida y la gripe aviar planea sobre Europa, me dedico entre Misa y Misa, reunión y reunión, a mudarme de casa. No es muy lejos, es al piso de arriba, pero el lío que se arma. Cada vez que hago mudanza me doy cuenta de la cantidad de cosas inútiles que uno acumula en unos pocos años, así que aprovecho para tirar cantidad de cosas que estorban. Al precio que está la vivienda comprendo que casi nadie pueda hacer una mudanza cada pocos años, aunque es mucho más fácil hacer “mudanza” espiritual, tirando todas las “cosas” inútiles que acumulamos en nuestra vida interior de vez en cuando.
“Si vivimos, vivimos para el Señor; si morimos, morimos para el Señor; en la vida y en la muerte somos del Señor.” Sinceramente, ¿para quién vamos a vivir si no?. Todo lo demás estorba. A veces me presentan a alguien y me dicen: “Es muy religioso.” Espera uno encontrarse con una persona “metida” en Dios, que transmita paz y alegría, y lo que uno se encuentra es un ente clerical. Se confunde la religiosidad con un dominio del mundo de los clérigos. Conoce, mejor que las revistas del corazón cuánto pesó Leonor, a algunos sacerdotes e incluso tutea a algún Obispo, tiene un somero conocimiento litúrgico y, sobre todo, divide su mundo entre buenos y malos, progres y carcas, abiertos y cerrados, y un largo etcétera de apelativos para todos excepto para sí mismos. Da lástima que muchos llamen a eso ser religioso.
“Cada uno dará cuenta a Dios de sí mismo.” Puede parecer una frase egoísta de San Pablo, como si nos invitase a cerrarnos a los demás. Nada más lejos de la realidad. Lo que a Dios menos le va a interesar cuando vayamos a su presencia (e iremos), serán las noticias que les podamos contar sobre los demás, nuestros juicios sobre los otros. Es más, puede ser que hayamos acumulado tantos juicios y prejuicios en nuestro interior que cuando el Señor nos pregunte “¿Y qué me dices de ti?,” no encontremos nada en nuestro interior, tendremos el corazón vacío.
“Los fariseos y los letrados murmuraban entre ellos: Ese acoge a los pecadores y come con ellos.” Si Jesús hubiera sido “religioso,” en el peor sentido de la palabra que antes hemos descrito, hubiera sido el mejor murmurador. Conociendo el corazón de los hombres podría haber murmurado sobre los pecados de cada uno, incluso los más ocultos. Es más, mientras se tomaba un vinito con los fariseos podría haber sacado a la luz cada uno de los pecados de esos que se dedicaban a juzgar a los demás: “Cleofé, sabes que Gamaliel le es infiel a su mujer. “… “¡No me digas!,” pero claro, hubiera acabado con pocos amigos.
Nuestro trato con los demás ha de ser como el de Cristo. “Habrá más alegría en el cielo por un pecador que se convierta, que por noventa y nueve justos que no necesitan convertirse.” Dejarlo todo para que lleguen a Cristo, y dejar en primer lugar nuestros prejuicios, nuestras murmuraciones y nuestras críticas. Y entonces cuando nos presentemos ante el Señor no le presentaremos la vida de los demás, sino la alegría que tuvimos cuando cambiaron de vida y volvieron a la Iglesia.
Hacer mudanza de nuestros juicios es más difícil que hacer un cambio de casa, y más cuando el interior está revuelto y uno no quiere mirarse para dentro, pero es necesario. La Virgen te ayudará en esa mudanza: como Madre buena y ordenada te dirá todo lo que estorba o está estropeado y, te señalará con cariño, aquello que a lo mejor había quedado escondido y cubierto de polvo en tu interior, pero es lo más valioso: a Cristo y al Espíritu Santo que habitan en tu alma en gracia.