san Pablo a los Romanos 16, 3-9. 16. 22-27; Sal 144, 2-3. 4-5. 10-11; san Lucas 16, 9-15
Esta tarde llegará una imagen de la Virgen peregrina de Fátima a mi parroquia. Estará una semana y visitará cuarenta y cinco familias en sus casas. Es siempre una alegría recibir a nuestra madre en nuestra (su) casa. Dedicar unos días especialmente a la Virgen, aunque esté presente todas las horas de nuestra vida, nos ayuda a recordar ese trato maternal que Dios tiene con nosotros, ese cariño que le ha llevado a entregárnoslo todo, incluso a su madre, incluso a su propio Hijo, por ti y por mi. Recibir a la Virgen es como recibir un saludo del cielo de parte de la Reina de todos los Santos.
“Yo, Tercio, que escribo la carta, os mando un saludo cristiano,” así nos dice hoy la carta de San Pablo, y siguen los saludos de otros a la iglesia a la que se destina la carta. Un “saludo cristiano,” sin duda un bálsamo en las distintas pruebas e incomprensiones que debían vivir las primeras comunidades cristianas. Un saludo que no es indiferente, sino en Aquél que “puede fortaleceros según el Evangelio que yo proclamo.” Un saludo que recuerda que están unidos en las pruebas y unidos en la oración. Un saludo que se sitúa por encima de cualquier juicio humano y abraza al otro por ser de Cristo.
¡Cuánta gente niega hoy el saludo a otros!. ¡Cuántos cristianos andan divididos y qué poco se confiesa la gente de las faltas de caridad!. Ignoro si seguirán en este mundo, pues ya eran bastante mayores, pero por el centro de Madrid había un grupo de señoras que muy peripuestas asistían a todas las presentaciones de libros, conferencias y eventos que tenían lugar en la capital de España. Parecían muy interesadas por cualquier manifestación cultural, e incluso llegaron a conocer a algunos de los conferenciantes habituales, pero la realidad era que lo que ponía en marcha sus pamelas era el vino español que se servía después de cada acontecimiento. Si había pincho de tortilla allí estaban, si sólo era la conferencia, aunque viniese Eurípides a darla, no se las veía por ninguna parte. Esto puede parecer llegar al culmen del interés, pero al menos satisfacían la necesidad primaria de comer. Hay muchos otros que saludan a los demás, o los desprecian según el caso, dependiendo de su cargo, su posición social, su capacidad de influencia. Es tristísimo. Un día te saludan efusivamente, otros días no te conocen. Un cristiano no puede actuar así. Jesús, que conocía bien el corazón de los hombres y sabía quiénes actuaban por codicia o buscando intereses particulares, dice hoy una de las frases más duras del Evangelio: “Vosotros presumís de observantes delante de la gente, pero Dios os conoce por dentro. La arrogancia de los hombres, Dios la detesta.” ¿Qué te importará que te alaben los hombres si Dios te detesta?. Cuando alguien se aleja de los pobres, los enfermos, los mal vistos, por cuidar su reputación o su fama, se aleja del mismo Cristo.
En este mes de noviembre recibir un saludo de la Virgen en nuestra casa es recibir el saludo de todos los santos, de aquellos a los que sólo les mueve el amor a Dios y el Amor de Dios para acercarse “a todo hombre que necesita de su misericordia.” Medita en el purgatorio, lo único que necesitan es la caridad de los demás, nuestra oración por todas y cada una de esas almas. Procura, ahora que estamos en esta vida, afinar en la caridad y huir de cualquier tipo de interés. El Inmaculado Corazón de María te mostrará el camino.