Samuel 18, 6 9; 19, 1- 7 ; Sal 55, 2 3. 9 10. 11 12. 13 ; san Marcos 3, 7-12

“En aquel tiempo, Jesús se retiró con sus discípulos a la orilla del lago”. Jesús, una vez eligió a sus discípulos, normalmente iba acompañado de ellos. Nos dicen los evangelistas que el Señor se pasó toda una noche en oración para decidir quiénes serían sus apóstoles. Así pues, no fue una elección sin más, sino que el Señor sabía muy bien la trascendencia que suponía el que un puñado de hombres estuvieran cerca de Él. No los eligió por sus cualidades, virtudes o dotes humanas, sino que fueron aquellos doce porque quiso… después de una noche de oración.

Lo hemos visto estos días pasados. Dios no hace cálculos al modo humano, sino que le gusta “presumir” de su poder en la debilidad y en lo que para el mundo carece de valor. Lo esencial para Dios se esconde en el interior de las almas, que es donde reside el fulgor de su imagen y semejanza. Aquí reside el atractivo de lo divino, porque es donde el Espíritu Santo hace la mejor de sus obras procurando que la amistad de Dios muestre la mejor de sus adhesiones. No le interesan a Dios los triunfos humanos, ni los apegos a las cosas que mueren, sino que Él es el que da la vida, y vida para siempre.

Resulta conmovedor en el libro del Éxodo cuando se nos narra la relación entre Moisés y Dios: “Yahveh hablaba con Moisés cara a cara, como habla un hombre con su amigo”. Aquel que era el gran desconocido, el innombrable… cuando encuentra un corazón generoso y confiado, se da sin medida, dando a conocer su propio rostro. ¿Por qué no lo vemos tú y yo?… ¿No será que andamos satisfechos con nuestra vida? Para ver a Dios, para ser amigos suyos, es del todo imprescindible abandonar nuestra vida en Él (nuestros afanes, luchas, proyectos, familia, sacrificios, alegrías…). Será entonces cuando, como el salmista, oiremos decir: “Yahvéh ama lo que es justo y no abandona a sus amigos”. ¡No tengamos miedo de la amistad de Dios!, es el único que, en verdad, nunca nos traicionará, el que, en el momento de ese dolor que te agobia, te aliviará y te dará fuerzas para continuar aún con más brío y entusiasmo… porque ya será Él el que actúe.

También Jesús llamó a sus discípulos amigos. Y lo hizo en ese momento trascendente y único de la institución de la Eucaristía: “Nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando. No os llamo ya siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su amo; a vosotros os he llamado amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer”. ¡Qué mayor generosidad la del amigo que da todo lo que tiene! Y si hemos recibido de Dios todo lo que puede darnos, incluso su propia sangre para nuestra salvación ¿qué le daremos tú y yo?

Sí, hoy tienes que ir a trabajar, quizás a estudiar, o más bien tengas que dedicar un tiempo a tu familia. ¿No crees que vale la pena plantearse la vida de cada uno, no como una inercia sin más, sino como una verdadero don de Dios? Ahí donde te encuentres, sea el sitio que sea, ahí te espera el rostro de una amistad que no engaña ni defrauda, porque lleva el sello de la eternidad… ¡Es Dios mismo quien sale a tu encuentro!

Acude a la la Virgen, amiga de Dios, esposa de Dios, madre de Dios… madre y amiga nuestra.