Samuel 11, 1-4a. 5 10a. 13-17; Sal 50, 3 4. 5 6a. 6bc 7. 10-11; san Marcos 4, 26-34
Ayer apareció una esperada actualización del firmware del software del teléfono móvil (para que luego digan que el lenguaje eclesiástico es incomprensible para el mundo de hoy, y aprendemos cada “palabro”). Lo instalé, a ver si así desaparecían mis problemas con el dichoso aparatito. De primeras lo instalé mal y se creó un bucle, es decir, se reiniciaba constantemente el teléfono y no se podía utilizar. Solucioné el problema, instalé la nueva versión del firmware, pero se sigue apagando en mi casa. ¡Cosas de la técnica!.
He comenzado a leer la Encíclica del Papa, hay que leerla despacio y muchas veces, y solamente puedo decir que es muy buena. Ciertamente adjetivos como mala, pésima, decepcionante, insulsa o vacía nunca han entrado dentro de los calificativos que pueda poner en ningún escrito de ningún Papa. Cuando tenemos conversaciones tan insulsas y faltas de contenido, en los escritos de la Iglesia se descubre la floración del saber de dos mil años de cristianismo, de miles de años de revelación y su diálogo permanente con el hombre y la cultura. Hay que leerla despacio para que cale en la cabeza y en el corazón, descubriendo esa riqueza de siglos y ese soplo del Espíritu Santo que nos va dando en cada momento lo que necesitamos.
“El reino de Dios se parece a un hombre que echa simiente en la tierra. Él duerme de noche y se levanta de mañana; la semilla germina y va creciendo, sin que él sepa cómo. La tierra va produciendo la cosecha ella sola: primero los tallos, luego la espiga, después el grano. Cuando el grano está a punto, se mete la hoz, porque ha llegado la siega.” Muchos quisieran hacer hoy de la cultura, del pensamiento y del propio hombre un perfecto bucle, como en mi teléfono. Estar continuamente reiniciando, comenzando de nuevo, invalidando el pasado y haciendo que lo más reciente sea lo mejor, es más, lo único que vale. Despreciarán la Encíclica, al igual que desprecian todo lo que diga la Iglesia, pues son tan ignorantes que todavía piensan que las plantas crecen de golpe, sin tener la paciencia que Dios tiene con nosotros. Siempre reiniciando las ideas, las formas y las costumbres, no se dan cuenta que no sirven para nada, que dejan al hombre vacío y sin sentido. La sabiduría de la Iglesia “va creciendo,” aunque a muchos les duela, por el paso sosegado de los siglos y la acción tranquila del Espíritu Santo en ella.
Muchos no querrán verlo. Se portarán como David que quería matar a Urías pues sus planes para evitar su culpa no prosperaban por la propia fidelidad de Urías a su señor. Muchos querrán atribuir su pecado y su falta de amor a la Iglesia, pero, por mucho que lo intenten, la Iglesia no se va a apartar de los pobres y los pecadores, pues ese es su sitio. Tal vez piensen que sin la Iglesia Católica vivirían mejor, e intenten eliminarla. “Pon a Urías en primera línea, donde sea más recia la lucha, y retiraos dejándolo solo, para que lo hieran y muera.” David, mandando matar a Urías se condenó a sí mismo y cayó sobre él la desgracia. Los que quieren quitar a la Iglesia de en medio, pensando que así desaparecerá su pecado, se condenan a sí mismos y apartan de su vida a quién sólo puede transmitirles la misericordia de Dios y, por lo tanto, el perdón y la reconciliación, la que puede clamar con ellos: Misericordia, Dios mío, por tu bondad, por tu inmensa compasión borra mi culpa; lava del todo mi delito, limpia mi pecado”.
La Encíclica sólo la entenderán los verdaderamente enamorados. Los que quieran reiniciar su “amor” cada noche, cada fin de semana, sin compromiso, sin fidelidad, sin paciencia, sin sufrimiento, sin entrega completa de sí, no entenderán nada, querrán quitarla de en medio. Sin embargo, el que todavía tenga en su corazón el ansia del amor auténtico, verdadero, de llenar su vida de sentido, descubrirá gozoso que Dios es amor.
Nueve meses esperó la Virgen a que el fruto de su vientre viese la luz, treinta años para ver el designio de Dios, fue la culminación de miles de años de promesas de Dios que en ella se cumplieron. Pídele a ella que te ayude a acoger la enseñanza de la Iglesia y a participar de su paciencia y sabiduría, de esa riqueza de siglos actuando el Espíritu Santo.