Samuel 24, 2. 9-17; Sal 31, 1-2. 5. 6. 7 ; san Marcos 6, 1-6
No soy muy amigo de los temas del motor. La verdad es que mirando mi cuenta y mis escasos ahorros (ninguno), no espero tener nunca un gran coche. Siempre he tenido coches pequeños y de poca cilindrada, pero me llevan y me traen, que es su función. Un día tuve que mover unos metros un coche grande, mientras su dueño (un familiar mío) compraba unas cosas, y el coche molestaba en doble fila. Todo era muy bonito, comodísimo para echarse la siesta, pero me daba miedo conducirlo, creía que me iba a chocar con todo y las calles me parecían más estrechas que de costumbre. Me imagino que será sencillo hacerse a conducir ese tipo de vehículos, pero como no podré nunca comprarlo -ni mantenerlo-, prefiero no acercarme demasiado a esos cacharros.
“He cometido un grave error. Ahora, Señor, perdona la culpa de tu siervo, porque he hecho una locura.” Parece muy exagerada la reacción de David por haber mandado hacer un censo. A fin de cuentas era lo “moderno,” y seguirá en boga hasta el día de hoy. ¿Qué le pasó a David? Que desconfió de Dios. El Señor se había puesto de parte de David, y de parte del pueblo de Israel, no porque fuese el pueblo más poderoso, ni David fuese el mejor guerrero o el más fuerte, ni tan siquiera entre sus hermanos. Dios eligió a David porque le quiso, pero David no supo amar a Dios de la misma manera. Sabía que Dios le amaba, que le había escogido, pero le “quedaba grande” el suponer que él podía amar a Dios, confiar tanto en Dios como Dios confiaba en él. Al igual que a mí los coches grandes me parecen peligrosos (siendo mucho mas seguros que mi tartana), David no se fiaba del todo de Dios, prefería contar con sus recursos.
Algo parecido les pasa a los vecinos de Jesús. “Desconfiaban de él.” No podían comprender que el amor de Dios encarnado se hubiese paseado por sus calles, jugado a sus juegos, trabajado para ellos. Eso sería demasiado grande y preferían seguir mirando a Dios de lejos. Admirar un Ferrari desde la acera, pero jamás atreverse a conducirlo.
El Papa nos ha recordado que Dios es amor, algo muy necesario cuando tanta gente tiene una imagen deformada del Señor. Y en la segunda parte de la Encíclica, que algunos amigos míos denominan “desconcertante,” nos hace ver que con nuestras obras podemos demostrar que Dios es amable, es decir, no sólo se trata de mirar y contemplar el amor desde lejos, hay que hacerlo vida y vivir, en consecuencia, enamorados. En cierta manera podríamos decir que Dios no se ha limitado a enseñarnos el Ferrari; nos ha dado las llaves y quiere que nos demos una vuelta mientras estamos en esta vida.
Pienso que muchas veces tenemos el problema de no creernos que Dios es amable. Sí, sabemos que es amor, el Amor puro y verdadero, auténtico, pero justamente por eso nos da miedo amarle. Está muy bien contemplarle, hablar de Él, musitarle alguna oración e incluso cumplir con sus mandamientos, pero de ahí a amarle hay un paso muy grande. Pues el día que descubramos que Dios no está tan lejos, que ha estado al lado nuestro muchísimo tiempo -aunque nosotros no nos hayamos dado cuenta-, cuando descubramos que podemos prescindir de censos, de nuestras seguridades, de nuestros refugios y de nuestros miedos, entonces habremos empezado a enamorarnos de Dios.
El Señor da a elegir a David tres castigos. Nos parece una barbaridad desde nuestra mentalidad, aunque también palparon la misericordia y el arrepentimiento de Dios. Pero, no me resisto a decirlo: cuando unos padres no confían plenamente en Dios, cuando un sacerdote no vive como un enamorado de Jesucristo, cuando una religiosa no confía plenamente en su Amado que la eligió para esa vida, entonces, estamos eligiendo el castigo para los hijos, para nuestros feligreses, para tantos que necesitan de la oración de otros al no conocer el amor de Dios. Tal vez nosotros vivamos acostumbrados a la mediocridad en el amor, pero castigamos a otros a no conocerlo en nuestra vida.
Nuestra Madre la Virgen no tuvo miedo al amor pleno de Dios, a conducir como una profesional su Ferrari, sigue su estela.