Reyes 3, 4-13; Sal 118, 9. 10. 11. 12. 13. 14 ; san Marcos 6, 30-34

Creo que para cualquier sacerdote, como para la gran mayoría de los cristianos, una de las grandes preocupaciones es el promover las vocaciones al sacerdocio. Se pueden pasar muchos años sin ver ningún fruto, e incluso algunas decepciones, pero no por ello hay que cejar en el intento: Dios sigue llamando, y mucho. Sólo hay que escucharle y decirle que sí. Cuando los chavales de mi parroquia, de poca (muy poca), formación cristiana, te preguntan sobre la vida del sacerdote -la curiosidad nos puede llevar a lo mejor y a lo peor-, en principio no encuentran motivaciones: No te puedes casar ni tener hijos, el sueldo es más bien escaso, tienes que obedecer aunque no te apetezca y, ellos son la prueba viviente, dedicas gran parte de tu día a “perder” tu tiempo en las cosas de los demás. Entonces sospechan (si te ven alegre), de que no es el sueldo, ni la calidad de vida, ni la capacidad de hacer lo que te da la gana lo que te hace ser sacerdote (o vivir cualquier vocación, también el matrimonio).
“Por haber pedido esto y no haber pedido para ti vida larga ni riquezas ni la vida de tus enemigos, sino que pediste discernimiento para escuchar y gobernar, te cumplo tu petición: te doy un corazón sabio e inteligente, como no lo ha habido antes ni lo habrá después de ti.” Salomón se encuentra con la “lámpara maravillosa”, puede pedir lo que quiera. Piensa en lo que tal vez imaginabas pensando que te iba a tocar la lotería de Navidad y la cantidad de cosas que tú harías. Pues olvídate de todo eso y, como Salomón, empieza a pedir un “corazón dócil.” El motivo para ser sacerdote es ser dócil a la voluntad de Dios. No hay otro. Y cuando descubres que la vocación no es una iniciativa, sino una respuesta, entonces no vives para ti.
“Eran tantos los que iban y venían que no encontraban tiempo ni para comer (…) Al desembarcar, Jesús vio una multitud y le dio lástima de ellos, porque andaban como ovejas sin pastor; y se puso a enseñarles con calma.” Al responder al Señor ya no existen los sitios “tranquilos y apartados,” pues siempre llevas contigo la misión que se te ha encomendado. Es fundamental buscar momentos de intimidad con Dios. Pero no para elucubrar sobre el sexo de los ángeles, sino para presentarle al Señor el pueblo que nos ha sido encomendado “pues, ¿quién sería capaz de gobernar a este pueblo tan numeroso?” si no es Él.
Y cuando te das cuenta de que no tienes nada propio, ni el tiempo que vives, entonces encuentras el motivo para ser sacerdote. Te conviertes en portador de lo que nos recuerda el Papa en su mensaje de Cuaresma, citando a Juan Pablo II, “hay un límite impuesto al mal por el bien divino, y es la misericordia.” Cuando eres cauce de la misericordia de Dios te falta tiempo para todo lo que hay que hacer y, en esa tarea, encuentras la alegría. Quien busque algo nunca será sacerdote, al menos buen sacerdote. Quien busque darse encontrará el resto por añadidura.
Como muchos casados, religiosos y religiosas leéis estos comentarios, cambiar la palabra sacerdote por marido, esposa, religiosa, religioso y leerlo tan a gusto.
Nuestra oración por las vocaciones religiosas en este fin de semana. Están en el corazón de la Iglesia y el corazón está siempre dentro del cuerpo. Nuestra Madre la Virgen les acompañe siempre y promueva vocaciones en todo el mundo, y así estará lleno de gente feliz.