Reyes 8, 1-7. 9 -3; Sal 131, 6-7. 8 -10 ; san Marcos 6, 53-56

El Evangelio de hoy puede chocar al apóstol desanimado de nuestro tiempo. Mientras los templos se vacían y los agoreros de la estadística anuncian un invierno eclesial aún más recrudecido, vemos cómo todo el mundo buscaba a Jesús. ¿Ha dejado de ser verdad el evangelio que hoy se proclama? Parece que no. Para verlo hemos de desgranarlo con calma. En primer lugar dice que Jesús y sus discípulos terminaron la travesía. ¿De qué travesía se trata? Cruzaron el lago, desde territorio judío hasta la orilla pagana. Al llegar a ella atracaron. En el ensanchamiento de la Iglesia no hay que esperar sólo que los hombres vengan, sino que debemos ofrecerles la oportunidad de que se acerquen. Por eso Jesús va a tierra de Gerasenos. Al atracar la barca, que es signo de la Iglesia, nos enseña que todo misionero, apóstol o agente de pastoral, no va en nombre propio, sino de toda la Iglesia. Por ello, cuando Jesús va con sus discípulos instituye también una norma válida para siempre. A la misión sólo se puede ir con Jesús. Ese método queda establecido. ¿Por qué, si no, Jesús se dejó acompañar a todas partes por unos apóstoles que rara vez le facilitaban el trabajo? Los educaba para algo, que era su presencia. La única imprescindible en toda obra especial. El discipulado cambia, pero Jesús siempre es el mismo. Por ello la obra de la Iglesia se puede mantener en tantos lugares aun cuando los que la llevan a cabo sean continuamente relevados de su cargo. La sucesión la garantiza la fidelidad a Cristo, presente en su Iglesia.
Es frecuente que las feligresías se inquieten cuando les cambian el párroco. Hay como un miedo a que todo el bien pastoral que se estaba realizando deje de producirse. Es una tentación humana que debe superarse. El apóstol saca su eficacia de la relación con Cristo. Y, de hecho, como indica el evangelio de hoy, es a Él a quienes todos buscan.
Jesús con su viaje prosigue el misterio de la Encarnación. Se acerca para que quienes lo necesitan puedan acercarse a Él. Es como funciona la misericordia divina. Da pasos para facilitar al hombre que camine. Como diría san Agustín, “Quien es el camino se fatiga por nosotros”. Por eso, si pueden dar con Él los que lo necesitan es porque se ha hecho el encontradizo. Es así siempre, incluso en las situaciones más desesperadas. Me contaron la anécdota de un sacerdote que subía cada domingo a un pueblecito de la sierra de Albarracín. Cierto día se encontró con una anciana que le increpó: “¿Por qué viene a este pueblo si ninguno vamos a Misa?”. El buen sacerdote le respondió: “Porque Jesús quiere venir aquí”. El cristianismo siempre pasará por el encuentro de dos libertades: la de Dios y la del hombre. Es así, por eso Dios se pone al alcance del hombre, porque quiere, pero sin forzar nada. Está ahí. Mantener esa presencia es obra de la Iglesia, que continuamente atraca la barca en nuevas tierras donde no faltan hombres deseosos de encontrarse con el Señor. Y esos son los que aparentemente menos posibilidades tienen. Lo señala el evangelio al decir que le llevaban a los enfermos. Porque el hombre está enfermo es el médico quien tiene que acercarse a él.
Al leer este evangelio de hoy se nos abren perspectivas absolutamente nuevas. No podemos limitarnos a lamentar una situación, que en sí misma puede parecer triste y desoladora. Hay que ir con Cristo a buscar a aquel que quiere encontrase con Él. Por eso nunca debemos cejar en la labor apostólica ni misionera. Pero yendo siempre, eso sí, acompañados por Cristo, que es a quien el hombre necesita.