Hechos de los apóstoles 13, 46-49 ; Sal 116, 1. 2 ; san Lucas 10, 1-9

Los nombres de Cirilo y Metodio pueden ser desconocidos para muchos… Pero todos hemos topado algunas veces con ese alfabeto que se estila en los Balcanes, que parece griego pero te la pega cuando, creyendo recordar las clases de COU, descubres que no hay quien lo pronuncie; esas letras que nos hacen leer en los aviones algo así como «aeroplot» cuando debíamos decir «aeroflot», o nos hacían pensar que en las camisetas de la antigua selección de fútbol de la URSS ponía CCCP, cuando en realidad ponía «sigma, sigma, sigma, ro»…
Ese alfabeto tan peculiar se llama «cirílico», y debe su nombre a los hermanos Cirilo y Metodio, los dos monjes que, en el siglo IX, evangelizaron la Europa de los Balcanes. Era una labor difícil para dos cristianos, solos en medio de una multitud ruda. Habría que redactar catecismos y enseñanzas para que el anuncio llegase a todos… Y entonces, precisamente, surgió el mayor de los escollos: aquellos hombres eran analfabetos; desconocían por completo el maravilloso invento de la escritura. ¿Cómo plasmar la catequesis de modo que nada se perdiera, cómo divulgarla con fidelidad para que alcanzase rápidamente a territorios tan vastos? Y, peor todavía… ¿Cómo traducir en letras sonidos tan extraños como los que formaban el lenguaje de aquellos hombres?
No diré «sin pensárselo dos veces», porque aquellos buenos monjes tuvieron que estrujarse la sesera con verdadera fruición, pero sin dudarlo un momento inventaron un alfabeto capaz de dar forma escrita a sonidos hasta entonces inauditos. Emplearon algunas grafías griegas y otras latinas; de este modo surgió el enrevesado conjunto de letras que lucen los aviones de «Aeroflot». Aquellos hombres no comenzaron a leer, como nosotros, diciendo: «mi mamá me mima» (que es una horterada como la copa de un pino), sino diciendo «Padre nuestro, que estás en el cielo». Una fe así aprendida tenía que durar; había sido arraigada muy hondo.
Encomendamos a la intercesión de estos dos santos el cuidado de la fe en los pueblos de Europa Oriental, pero también oramos hoy por todos los padres, catequistas, y educadores que han sido bendecidos con la tarea de formar en la fe a los más niños: ya está bien de «mi mamá me mima», que los niños salen muy pijos. A mí la mía, quien, gracias a Dios, nunca me ha mimado más de la cuenta, me ha enseñado que se puede hablar de Dios impartiendo clase de matemáticas, y en esto, sin saberlo, ha sido ella discípula de nuestros santos de hoy. Que ellos, y María, la Reina de los apóstoles, nos enseñen que de nada sirve educar si no se educa para Cristo.