libro de los Reyes 22, 8-13; 23, 1-3 ; Sal 118, 33. 34. 35. 36. 37. 40 ; san Mateo 7, 15-20
Comparado con los cincuenta años de sacerdocio que llevan algunos venerados amigos, soy un niño, pero ya he pasado por unas cuantas parroquias. Una de las cosas que más pena me da, y más preocupación me produce, es que el cambio de un sacerdote en una parroquia suele traer una crisis. ¡Cuántos cristianos decepcionados por la actitud de sus sacerdotes! Ahora cambiamos de línea pastoral, ahora remarcamos este o este aspecto y silenciamos lo demás. Nos definimos como iglesias aperturistas, tradicionales, avanzadas, retrógradas, de derechas, de izquierdas,… y tenemos a los feligreses más mareados que un pato en un tiovivo. Comprendo que muchos se marchen desencantados y aburridos. ¿Cuándo nos decidiremos los curas a hablar más de Cristo y menos de nosotros mismos?
“Cuidado con los falsos profetas; se acercan con piel de oveja, pero por dentro son lobos rapaces.” Miedo me dan los que se acercan con besos y abrazos. Los cristianos nos acercamos a los demás con la humildad del que sabe que no lo puede todo, del que se acerca a servir según la Iglesia le pide. A veces habrá que ser intransigentes con el error, pero siempre misericordioso con el pecador o el equivocado. Desde nuestra propia fragilidad e impotencia tenemos que dejar que sea el Espíritu Santo el que se acerque a cada alma. A veces me he encontrado con comunidades cerradas en sí mismas, plegadas como un barco de papel, que parece muy bonito desde lejos, pero que está lleno de aristas y esquinas puntiagudas. No viven según la ley de Dios, sino según su ley que no es precisamente la del amor, sino la de la intransigencia con quien no son como ellos. Esas comunidades se van avejentando y muriendo, aunque seguirán defendiéndose diciendo que los demás no han llegado a las cotas de perfección que ellos han alcanzado.
Josías, rey de Israel, descubre que ha vivido en una mentira y no tiene ningún rubor en aceptar la verdad de Dios. Es la única manera de dar fruto. Los frutos de Dios nacen de los árboles de la misericordia y de la fidelidad, de las ramas de la paciencia y la caridad, de las flores de las buenas obras que se muestran a todos. Y con las raíces bien asentadas en la Iglesia, que hacen avanzar la Gracia de Dios.
Ojala llegue el día en que cuando cambie el sacerdote, o el fiel se cambie de parroquia por traslado de domicilio, no ocurra ninguna tragedia. Siga pudiendo beber de las únicas fuentes de la Iglesia, escuche la misma Palabra, celebre la misma fe. La Iglesia siempre ha sido la casa de los hijos de Dios y de todos aquellos que quieran acercarse a él o necesiten cualquier tipo de ayuda. En nuestra propia casa nunca deben hacernos sentir extraños, si es así es que nos hemos equivocado de casa o se ha introducido algún extraño: Un lobo aunque tenga la piel de cordero. Pero en la Iglesia no se mata a ningún lobo, se le invita a la conversión y a redescubrir que está en casa de su Padre Dios.
La Virgen sabe cuidar bien de su casa. Cuando se quiere de verdad a María es difícil que nadie se sienta extraño. Cuando hagamos de nuestros templos verdaderas casas de la Iglesia, con Cristo bien en medio y en manos de la Virgen, comenzaremos a dar frutos.