Hechos de los apóstoles 12, 1-11; Sal 33, 2-3. 4-5. 6-7. 8-9; san Pablo a Timoteo 4, 6-8. 17-18; san Mateo 16, 13-19

Hoy es una fiesta importante en la Iglesia: San Pedro y San Pablo. Meditando las lecturas de hoy me he dado cuenta de que cada vez escucho menos la expresión: “es una persona de principios.” Como mucho se escucha decir que alguien es “coherente,” pero los principios sobre los que se basa esa coherencia pueden variar de año en año, e incluso de día en día según su situación anímica. Así uno puede pasarse la vida presumiendo de coherente y, el cómputo total de su vida, ha sido una amalgama de incoherencias, una encima de otra.

En las lecturas de hoy escuchamos el comienzo de una vida (apostólica), la de Pedro, y el final de otra, la de Pablo. Los dos mantienen una certeza: “El Señor me ayudó.” Esta certeza no cambia a lo largo de su vida. La misión la han recibido y, junto al encargo apostólico, reciben toda la ayuda de Dios para llevarlo a cabo. Y esta certeza nace de una profesión de fe: “Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo.” No dudan de Jesús ni en la cárcel, ni ante la cercanía de la muerte, ni en la dificultad, ni en el triunfo, ni en el éxito.

Cuántas veces he escuchado a personas el decir: “es que últimamente parece que tengo menos fe,” y con eso justifican su frialdad espiritual, su tibieza e incluso su pecado. Como si tener fe fuese para cuando no tenemos problemas o todo marcha bien. Cuando, día tras día, acudes a la capilla, frente al Sagrario, y la oración se hace árida y parece vacía, no es un problema de fe. Muchos se justifican y como piensan que ha descendido su fe, descienden también su ritmo de oración. ¿Dejaría Pedro de anunciar a Cristo porque lo habían detenido y metido en la cárcel? ¿Escribiría cartas de desesperanza Pablo cuando se encaminaba a Roma para su martirio? La fe se aquilata en la soledad y en las dificultades. Aunque no reciba consuelos espirituales, aunque las cosas me cuesten y parezca que el mundo va en mi contra, confesaré: “Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo.”

A veces cuando me describen a alguien como una persona muy de fe, y lo que hace es decir frases bonitas con los ojos medio cerrados, me echo a temblar: suele ser un loco, un visionario o un caradura.

Sin embargo, cuando me dicen de alguien que es una persona de fe y me lo encuentro postrado en la cama con una terrible enfermedad, o cuidando a su madre enferma desde hace años, o sacando seis hijos adelante, entre grandes trabajos, y con una sonrisa en la cara, entonces sí que me planteo que yo tengo bastante poca fe y que a veces me quejo por vicio.

San Pedro y San Pablo no son las columnas de la Iglesia por sus increíbles dotes, ni por su talla intelectual, ni por su don de gentes. Recibieron una misión del Señor y la cumplieron con fidelidad. No sin dificultades, ni sin errores, pero con fidelidad y confianza en Dios.

El Concilio define a la familia como Iglesia doméstica. Si tu quieres ser columna de la Iglesia de tu familia, si yo quiero ser sostén de la familia de mi parroquia, tendremos que ser como Pedro y Pablo: hombres y mujeres de fe, que no desfallecen ni dudan ante las dificultades, sino que levantamos los ojos a la cruz y nos decimos: Yo quiero estar con el Maestro.

La Virgen le enseñaría a Pedro, después de la cruz, a no dudar. María le enseñaría a Pablo a ser humilde. Nuestra Madre del cielo nos enseñará a nosotros a creer.