Amós 3, 1 8; 4, 11 12; Sal 5, 5 6. 7. 8 ; san Mateo 8, 23-27
Mis padres son ahora unos sin-techo. Ya se ha terminado la mudanza de su casa de toda la vida y ahora tienen que esperar unos meses a que les entreguen la nueva, así que viven acogidos en casa de una tía mía.(La realidad es menos trágica, pero quedaba bien empezar así). Cuando los señores encargados de la mudanza se pusieron a vaciar muebles, cajones y cómodas, iban apareciendo fotos, papeles, recuerdos, que evidentemente no podías tirar. Son la historia de mi familia. Son los recuerdos de lo que somos y la explicación de cómo somos. Si alguien quisiera hacer de su pasado borrón y cuenta nueva, se equivocaría, llegaría a no entenderse a sí mismo.
“Escuchad esta palabra que dice el Señor, hijos de Israel, a todas las familias que saqué de Egipto: A vosotros solos os escogí, entre todas las familias de la tierra; por eso os tomaré cuentas por vuestros pecados.” La profecía de Amós va dirigida a las familias. Tal vez una de las más duras del Antiguo Testamento. ¿A quién no le entra un temblor al leer: “prepárate a encararte con tu Dios.”?
La familia no es sólo un lugar para vivir, no es una pensión más o menos cómoda, en la que llega el día en que pagamos la factura y la abandonamos. En la familia aprendemos a ser y aprendemos quiénes somos. En nuestra familia aprendemos a afrontar la vida, copiamos los gestos y maneras de los nuestros y, sobre todo, recibimos la fe. Varias veces he comentado que me llegan muchos niños a la catequesis que, en sus siete años de vida, ya saben todo tipo de palabrotas y groserías pero jamás han rezado. Esas pobres criaturas son unos sin-techo espirituales. Cuánto más cuando los padres están separados y viven con otros: Hacen, con falsa naturalidad, unos quiebros lingüísticos para explicar que viven con su madre y el novio de su madre, pero el fin de semana van con la novia de su padre y su compañero sentimental. Tristemente acaban llamando a sus padres por el nombre: Juan, Antonio, Ruperta,… y renuncian a usar los términos padre y madre.
No me quiero meter en moralismos, ni en los casos concretos, que para eso está el confesionario. Pero las consecuencias de estos actos es una tormenta, un “temporal tan fuerte” que parece que la sociedad desaparece entre las olas. El cáncer empieza siendo muy pequeño y difícil de detectar. Si en ese momento inicial se localiza, suele tener una curación sencilla. Pero si el cáncer de las familias está alentado desde los poderes públicos, si vemos como normal que se nos vayan muriendo las células y contaminen a las que están alrededor, entonces lo más seguro es que nos den un corto plazo de vida.
¿Está la familia abocada a la muerte? Eso pretenden decir algunos y buscan nuevas formas de convivencia, pero eso sería una locura tan grande como cortar la cabeza a toda la humanidad para que no haya calvos.
Estoy convencido de que quien se acerque al Encuentro Mundial de la Familias que se celebra en Valencia, y lo haga sin complejos ni desconfianzas, encontrará una gran calma. Gracias a Dios las familias cristianas siguen siendo muchas y, por la fuerza de Cristo, son capaces de ser ejemplo para sanar la sociedad enferma. La Trinidad se ha querido mostrar como familia, Jesús quiso vivir en una familia e hizo a la Iglesia la familia de los hijos de Dios. Él puede curarnos.
La Virgen aceptó ser la madre de Dios, San José hizo las veces de Padre. Pidámosle a la Sagrada Familia del cielo y de la tierra por todas las familias del mundo.