Jeremías 23, 1-6; Sal 22, 1-3a. 3b-4. 5. 6; san Pablo a los Efesios 2, 13-18; san Marcos 6,30-34
El Evangelio de hoy es sorprendente. Los apóstoles han llegado cansados de la misión que les había encomendado el Señor. Habían trabajado mucho. Incluso, añade el evangelista, no tenían ni siquiera tiempo para comer. Jesús, que no desatiende la humanidad de sus apóstoles, les invita a ir a descansar un poco. Y les dice “Venid vosotros solos”. Aquí no hay un elitismo, sino algo de sentido común: si el apóstol quiere entregarse a su misión y desgastarse por Cristo, necesita pasar tiempo con Él. La Iglesia sigue enseñando esto. Hace años fue famoso un libro titulado El alma de todo apostolado. Aún se sigue reeditando. En él, Chauchard, su autor señalaba el peligro de la herejía que denomina americanista. Es el error de anteponer la acción a la contemplación, de pensar que lo más importante es hacer cosas. Aquel autor señalaba como la primacía de la acción acaba destruyendo al sujeto y volviendo infecunda la obra apostólica. Pone muchos ejemplos. Recuerdo uno en el que aconsejó a una superiora de monjas que encargara la catequesis a una muchacha aparentemente menos cualificada, por sus dotes personales, simpatía, etc., pero de profunda vida espiritual. El tiempo confirmó el acierto del consejo. Yo mismo he experimentado esa verdad cuando, contra toda lógica, he visto salir adelante grupos que no eran conducidos por personas especialmente carismáticas, pero que, sin embargo, tenían una gran fe.
El caso es que Jesús se retira con sus apóstoles en la barca, para estar solo con ellos (un día de retiro y de asueto). Pero, cuando llegan a su destino se encuentran con una multitud inmensa y Jesús siente piedad de ellos. Aún estando cansados, Él y los apóstoles, Jesús se puso a enseñar largamente. Recuerda esta escena otras sucedidas en la historia, como cuando san Francisco Javier escribía desde Japón diciendo que se le cansaba el brazo de bautizar. ¿Por qué Jesús permite que un acontecimiento desbarate su enseñanza? Lo segundo no contradice lo primero. Sigue siendo verdad que el apóstol debe descansar y encontrar tiempo para su propia vida interior (oración diaria, ejercicios espirituales…), pero hay una primacía, que es la de la caridad. En el Concilio Vaticano II se habla de la “caridad pastoral”.
El frustrado descanso, aunque suponemos que en otro momento encontrarían tiempo para ello, fue ocasión de una enseñanza. De hecho salió revalorizado y se mostró aún más su necesidad e importancia. Allí era Jesús el que podía enseñar largamente. Cuando Él suba al cielo la tarea quedará encomendada a sus seguidores quienes, en ocasiones, habrán de consumirse a favor de las almas. ¿Cómo podrán hacerlo si no son Jesús? El Señor ha antepuesto la respuesta al problema: encontrando tiempo para estar con Jesús y, como decía san Pedro Julián Eymard, descansar en Él.
A veces se habla de la oración como combate. Es así, pero también hay momentos privilegiados en que es solaz del alma. Así suele acontecer en la poscomunión. Cuando hemos recibido a Jesús sacramentado el alma se dilata y, por decirlo de alguna manera, nuestra débil naturaleza se recuesta en la fortaleza del Señor. Los sentidos indican lo contrario, pero esto es lo que sucede verdaderamente.