Reyes 4, 42-44; Sal 144, 10-11. 15-16. 17-18 ; san Pablo a los Efesios 4, 1-6; san Juan 6,1-15
Si uno de nuestros periodistas “afamados”, y de los que muchos se enorgullecen de leer a diario, hubiera tenido que escribir una crónica de aquel Sábado Santo en el que Nuestro Señor pasó unas horas en aquel frío sepulcro, el titular tendría que haber sido: «Se acabó». Muerto Jesús, nada más podía esperarse de aquellos hombres desalentados, vencidos, dispersos y sin esperanza.
Sin embargo, al Sábado le sigue el primer día de la semana, es decir, el Domingo. En la absurda hipótesis de que tuviéramos que eliminar el Domingo (como algunos “intelectuales” intentaron antaño, y otros pretenden en nuestros días), y dejásemos el sentido común en estado puro -tal y como sale de sus labios-, aquello no tendría que estar sucediendo… El “espabilao” que hizo el guión de «Jesucristo Superstar» atribuyó el resurgimiento de la esperanza a un sentimiento entre poético y nostálgico de Simón y de María Magdalena… Pero ese tipo de poetas suicidas, a lo Larra, han sido pocos y lo han pagado caro. Semejante explicación no la creería ni un niño, porque los dos mil años de Historia que han seguido, después de ese Sábado Santo, se convierten en un completo absurdo si eliminamos un Domingo… Sólo la Resurrección real, histórica, palpable y corporal de Jesús de Nazareth es capaz de ofrecer una explicación válida de estos veinte siglos de lucha y de esperanza…
Sé que a muchos, sucesores de aquellos que querían nombrar rey a Jesús, les gustaría no haber pasado por el Sábado. Al fin y al cabo -piensan- la victoria no requiere una derrota anterior… Pero olvidan que están hablando del mismo Jesús que esperó a que Lázaro llevase cuatro días muerto para devolverle la vida; el mismo que dejó que cinco mil hombres pasaran hambre de tres días para alimentarlos con cinco panes; el mismo de quien su Madre, la Virgen María, dejó dicho: «Derriba del trono a los poderosos, y enaltece a los humildes. A los hambrientos los colma de bienes, y a los ricos los despide vacíos».