Eclesiástico 51, 1-8; Sal, 30,3-6. 16-17; san Mateo 10, 28-33
Estaba desconsolado el niño de unos cuatro años de edad. Se acercó su tío con intención de alegrarle un poco haciéndole un truco de magia. Le enseña una moneda, cierra la mano y la moneda desaparece, vuelve a cerrar la mano y le pide al niño: “Di las palabras mágicas:” El niño le mira con sus ojos llenos de asombro y dice: “Por favor.” La verdad es que nos entró a todos la risa, y no me acuerdo si volvió a aparecer la moneda. Qué razón tenía el niño, con “Abracadabras” y palabras parecidas no había conseguido nada en la vida, pero con “por favor” y “gracias,” conseguía casi todo. Seguro que en la nueva asignatura de “Educación para a ciudadanía” no se les ocurre enseñar modales, aunque sí enseñen a no distinguir entre sexos.
“Te alabo, mi Dios y salvador, te doy gracias, Dios de mí padre. Contaré tu fama, refugio de mi vida, porque me has salvado de la muerte, detuviste mi cuerpo ante la fosa, libraste mis pies de las garras del abismo, me salvaste del látigo de la lengua calumniosa y de los labios que se pervierten con la mentira, estuviste conmigo frente a mis rivales.” Para Dios también las palabras mágicas son “gracias” y “por favor.” Si nos acostumbrásemos a dar gracias a Dios más a menudo, nuestra vida sería bien distinta. Cuando Edith Stein, a la que hoy celebramos, descubrió el libro de “La Vida” de Santa Teresa y lo leyó en una noche, exclamó: ¡Aquí está la verdad!, y toda su vida fue un dar gracias a Dios por haber descubierto la fe. La llevó del agnosticismo al martirio, pasando por la profesión religiosa de Carmelita la que nació judía. No sería comprensible esta vida si no es desde el agradecimiento a Dios, que hace tanto por nosotros.
A veces podemos pensar: “¿Por qué voy a dar gracias a Dios? Parece que todo me va mal en la vida, no tengo fortuna, ni salud, ni buena fama, ni inteligencia. Parece que todo se pone en mi contra. ¿Qué tengo que agradecerle a Dios?” El Señor nos contesta en el Evangelio de hoy: “Todos os odiarán por mi nombre; el que persevere hasta el final se salvará.” No parece un porvenir muy halagüeño, al menos en el tiempo presente. Y sin embargo, el alma agradecida dirá a Dios: “Por favor, que no me falten sinsabores y persecuciones.” No es por masoquismo, ni ganas de pasarlo mal. Es que el Evangelio cuando se hace vida, se enfrenta al mundo y al pecado. Y entonces se alaba a Dios, que nunca nos deja, no desde la comodidad de la butaca, sino desde la propia vida, a la que sólo Dios basta.
Hoy, día de esta co-patrona de Europa, vemos a un mundo occidental en guerra contra el Evangelio, lo que lleva a la violencia entre los hombres. Pidámosle al Señor, por favor, que nunca nos falten persecuciones y, que desde nuestra pequeñez, siempre demos gracias. Ya llegarán los cielos nuevos y la tierra nueva.