Jeremías 1, 17-19; Sal 70, 1-2. 3-4a. 5-6ab. l5ab y 17; san Marcos 6, 17-29

¿Quién iba a decirlo? Un hombre que vivía entre las fieras y se alimentaba de comida silvestre acaba muriendo en el palacio del rey, en medio de una fiesta, y por defender la indisolubilidad del matrimonio. A mí me parece que en todas los tribunales de la Iglesia, en esos donde se dirimen las causas de nulidad matrimonial, debería haber un cuadro en el que se mostrara la cabeza del Bautista en una bandeja de plata. También podría ser un buen regalo de bodas. Habría que ver la manera, pero hay algunos lienzos muy bonitos.

Herodías era una mala bicha. Herodes no le iba a la zaga pero a diferencia de su concubina escuchaba con gusto a Juan. Con otras compañías quizás hubiera encontrado un sentido a su vida. Pero la sensualidad le perdió. Eso y que probablemente estaba medio bebido cuando prometió lo que prometió a la bailarina. Después se juntó que no quería quedar mal ante su auditorio. A quien se salta un precepto de Dios es fácil que acabe pasando por encima de todos y quien no se arrodilla ante el Señor acaba haciéndolo ante el mundo. No le supo mal apropiarse de la mujer de su hermano y en cambio temió que podían decir si no satisfacía una petición del todo injusta.

Por eso en el día de hoy no sólo se nos muestra el final de una vida totalmente dedicada al Señor. El martirio es una gracia y Jesús quiso concedérsela al Precursor. También se nos pone de manifiesto la dinámica del pecado. El mal es una puerta que cuando se cruza ya no conoce barreras. Cuando nos asimos al mal entramos en una pendiente de la que sólo la misericordia divina puede sacarnos. Son arenas movedizas en que por más que se intenta salir lo único que conseguimos es hundirnos aún más. De ahí que el propósito de Herodes para no traspasar un límite no tenía sentido. Había llamado al tigre y ahora tenía que darle de comer. Antepuso la lascivia a la verdad y no tenía modo de salir de ella. Faltaba sólo la ocasión propicia, esa que Herodías soñaba cada día y trabajaba por conseguir. Al final lo consiguió utilizando a su hija. Aquí vemos el mal por todas partes. Sólo la sangre del Bautista mantiene la pureza de la escena. Sin él todo el cuadro es vomitivo. Aquel festín que culminó con la muerte del justo muestra un catálogo de todos los pecados.

A veces podemos cometer un pecado. Entra dentro de las posibilidades de nuestra libertad. Pero si intentamos justificarlo, si no reconocemos que está mal y pedimos misericordia, entonces las fuerzas del mal se van apoderando de nosotros y sólo esperan la ocasión para movernos a un mal aún mayor.

En este día me acuerdo mucho de los matrimonios fieles a pesar de las dificultades. De todos aquellos que no buscan excusas para romper su relación a pesar de las dificultades en que puedan encontrarse. Me gusta ponerlos bajo la protección de san Juan Bautista, un hombre totalmente enamorado de Jesucristo que murió a favor de la fidelidad matrimonial.