san Pablo a los Corintios 1, 1-9; Sal 144, 2-3. 4-5. 6-7 ; san Mateo 24, 42-51

La Iglesia nos propone hoy, para la primera lectura, el inicio de la primera carta de san Pablo a los Corintios. Como sabemos, además de los Evangelios, de los Hechos de los Apóstoles y del Apocalipsis hay en el Nuevo Testamento un conjunto de textos inspirados. Son las cartas apostólicas. Las hay de Pablo, de Judas, de Juan, Santiago y Pedro. Ese hecho nos indica que aquellos hombres escribieron inspirados por Dios. Aunque la revelación ya se ha cerrado, con la muerte del último apóstol, dicho hecho nos da que pensar. El Señor quiso servirse de aquellos hombres para transmitir su revelación. Es decir, a través de ellos, daba a conocer su voluntad que, además, iluminaba las circunstancias concretas. De ahí que el Apóstol escriba a comunidades determinadas. Después la Iglesia vio que la enseñanza era universal y no sólo reducible a unos hombres determinados. Pero en su inicio Pablo escribe a unas personas determinadas y les ilumina sobre su vida y sobre cómo han de caminar en el seguimiento concreto de Jesús. Esa preocupación particular del Apóstol no deja de impresionarme. Porque a veces pensamos que basta con unas enseñanzas generales, una especie de principios universales. Pero no es así. El cristianismo consiste en caminar junto a Jesucristo quien se vale de otros hombres, incorporados a su vida y que en la Iglesia desempeñan determinadas funciones ministeriales, para acercarse a cada uno de nosotros y acompañarnos en la vida cristiana.
Por eso empieza Pablo diciendo: “Yo, Pablo, llamado a ser apóstol de Jesucristo por voluntad de Dios”. San Palo es consciente de su realidad personal, pero también de la misión especial que el Señor le ha encomendado: llamado a ser apóstol. Y a partir de ahí configura su vida. En cuanto enviado por Dios no duda en hablar en su nombre. Podía substraerse a la misión apelando a su debilidad, pero es fiel en cumplirla porque se fía de la gracia de Dios.
Por lo mismo no se dirige a los de Corinto como meros hombres sino que los trata como “pueblo santo, consagrados de Jesucristo”. El Apóstol nos muestra así las nuevas relaciones que se establecen por nuestra mutua pertenencia a Jesucristo. Entra de lleno en el misterio de la Iglesia, que no puede reducirse a una mera agrupación de hombres. Al contrario, como insiste en su lenguaje y nosotros sabemos, la forman los que han sido llamados por Jesucristo. Por eso la carta del Apóstol se mantiene en esa dimensión de llamada del Señor. Es Dios quien se sirve de él para mantener la relación con los que ha convocado para ser su “pueblo santo”. El mismo que llama una vez, lo ha hecho con nosotros de forma solemne en el Bautismo, mantiene su diálogo con el hombre a fin de que podamos desarrollar todas las potencialidades de la vida nueva que nos ha sido comunicada.
Si nos fijamos, el sentido de las cartas está en relación con la llamada que el Señor hace en el Evangelio de hoy. Dice: “Estad en vela, porque no sabéis qué día vendrá vuestro Señor”. La tensión a la que se nos invita no remite a la irracionalidad, al miedo porque en cualquier momento puede pasar no se sabe qué en no se sabe dónde. Al contrario, llama a permanecer en la escucha continua de la Palabra de Dios. Por eso san Pablo escribía a las primeras comunidades y también por ello nosotros podemos beneficiarnos del servicio del Magisterio de la Iglesia y de la predicación.
Que María, que conservaba el evangelio de su Hijo en el corazón y lo meditaba nos ayude a descubrir cada día más la maravilla de la Iglesia, a la que hemos sido llamados y en la que está nuestra vida.