Miqueas 5, 1-4a; Sal 12, 6ab. 6cd; san Mateo 1,1-16.18-23
Hoy celebramos la Natividad de la Virgen María. No sabemos en qué año, ni día o lugar nació, pero sí que vale la pena conmemorarlo. Estamos de fiesta porque la Virgen ocupa un lugar fundamental en nuestra fe y en la historia de nuestra salvación. Un aniversario es siempre recuerdo de lo que fue un día y hoy se mantiene. Guarda una relación muy especial entre el presente y la historia. En el caso de la Virgen María esto es especialmente verdad. Ella fue predestinada por Dios para ser la Madre de Jesús quien cambió totalmente el sentido de la historia. Gracias a Él empezó algo nuevo: se rehizo la amistad del hombre con Dios y se instauró el tiempo de la gracia.
Me gusta especialmente el Evangelio de este día. Contiene la genealogía de Jesús. A veces cuando se lee en la Iglesia resulta algo pesado para quienes escuchan. En parte porque no identifican a todos los personajes que aparecen y, en parte, porque no entienden el sentido. Pero es bonito descubrir como la Encarnación de Dios no sucede como una casualidad ni un capricho. Dios tiene un designio de salvación que contempla a la humanidad desde sus inicios. Lo mismo que predestinó a María para ser la Madre de su Hijo, no tuvo que elegir entre las mujeres que existían sino que la preparó desde toda la eternidad, ha hecho también con nosotros.
El Evangelio de este día es un canto a la confianza en la Providencia divina. Así se nos muestra como todos los siglos anteriores a la Encarnación conducen a ese momento singular en que el Eterno iba a entrar en el tiempo. Por lo mismo tenemos la certeza de que desde entonces Dios sigue con nosotros.
Por otra parte el Evangelio nos invita a recibir a María en nuestra casa. Es lo que le dice el ángel a José: Que no tema recibir a María, su mujer, en casa. Y de ella nació el Mesías. Dios nos da a su Hijo a través de María. Sucedió en Belén hace dos mil años y sigue siendo verdad ahora. Decía san Luis María Grignon de Monfort que si Dios quiso venir al mundo por María también quiere reinar en nosotros a través de ella.
Hoy pues, celebramos su cumpleaños. Lo hacemos por ser Madre de Jesucristo, pero también Madre nuestra. El mejor regalo que podemos hacerle es también el mejor para nosotros. Consiste en ponernos a su servicio. Como el lema de Juan Pablo II “Todo tuyo”, que estaba inspirado en san Luis. Este mismo santo, apóstol de la esclavitud mariana, invitaba a ofrecerlo todo a Dios por medio de la Virgen. Ponía un ejemplo muy gráfico. Decía que cuando ofreces un regalo no sólo cuenta lo que das sino también el modo como lo presentas. Y él decía que si presentábamos nuestras ofrendas a Dios a través de su Madre, todo quedaba mucho más dignificado. Era como añadir un envoltorio de lujo a un regalo minúsculo. Por eso cuando nosotros hoy, y cada día, nos ofrecemos a María, de hecho lo que hacemos no es solo honrarla como Madre e intercesora, sino también obtener los beneficios de su protección maternal.