4/1/2007, Jueves – 2ª semana de Navidad
san Juan 3,7-10; Sal 97, 1-2ab. 7-8a. 8b-9; san Juan 1, 35-42
«Rabí (que significa Maestro), ¿dónde vives?». Atraídos por el irresistible imán de Jesús, aquellos dos jóvenes no encuentran una pregunta mejor que hacerle. No es una pregunta premeditada, un discurso de esos que uno se prepara cuando va a declararse a la novia o va a pedirle un aumento de sueldo al jefe… Son palabras que salen de lo más profundo de un corazón entusiasmado, palabras que se sólo se advierten después de haberlas pronunciado, como si, por un momento, algo o alguien se hubiese apoderado de la propia capacidad de hablar.
«¿Dónde vives?»… No es «¿Cómo te llamas?», ni tampoco «¿Dónde impartes tus lecciones?». Es como decir, sin querer o queriendo, «deseo unir mi vida a la tuya; dime dónde vives, e iré contigo a vivir, porque ahora descubro que, durante años, he estado viviendo en el lugar equivocado; no te conocía, y me creía feliz, pero ahora te han visto mis ojos, y en mí todo ha cambiado. No podría volver donde mis padres, no podría recoger las ilusiones que hace apenas unos segundos encendían mi pecho, no podría retomar el camino por el que corría… No me había dado cuenta hasta ahora de lo solo que estaba sin ti… ¿Dónde vives?… Porque ese sitio en el que moras, sea cual sea – un palacio, o una cueva… o un pesebre… o una Cruz…- es ya mi casa. Si te encontrara en la Cruz, quisiera estar crucificado; si te encuentro en el Pesebre, contigo quiero estar «empesebrado», ofrecido, pobre y envuelto en los pañales de la Virgen. Mi tierra ya no es mi tierra, mi hogar ya no es mi hogar, mi vida ya no es mi vida desde que te han visto mis ojos… ¿Dónde vives? ¡Dímelo! ¿Dónde vives? No me mantengas huérfano ni un instante más. Muéstrame tu casa, para que mi alma recupere ese calor que nunca tuvo…
¿Dónde vives?»Venid, y lo veréis». Ven, ven a Belén y abre los ojos. Si permaneces con la mirada puesta en el Niño Dios, si no apartas la atención ni te entretienes mirando a las tinieblas, si dejas de contemplar tus problemas o tu hambre o tu miseria o la miseria de los demás y fijas tu mirada en el Hijo de María, pronto, muy pronto (antes de lo que esperas) tu corazón dejará escapar esa pregunta… «¿Dónde vives?»; y, entonces, tendrás Hogar, tendrás Tierra, tendrás al Amor de tu vida… Lo tendrás todo, aunque todo lo hayas entregado gozosamente. La Navidad es tiempo de enamorarse. Mira, no te canses de mirar al Belén… Y pídele a María sus ojos, para que goces de su Luz, para que llores sus lágrimas ( y no las tuyas ), para que no te distraigas, para que, de una vez por todas, te enamores.