5/1/2007, Viernes – 2ª semana de Navidad
san Juan 3, 11 21; Sal 99, 1 2. 3. 4. 5 ; san Juan 1,43 51

No, no me interpretes mal; no es que se desentienda de nosotros. Ya te dije, en su momento, que el Hijo de Dios no ha venido a la Tierra «de visita». Pero el Niño Jesús, que ha plantado su tienda entre los hijos de los hombres, no ha acampado para quedarse quieto. Vino marchándose, y en verdad se marcha, pero quiere llevarnos con Él. Como el Buen Pastor, salió del Divino Establo en que pastoreaba a los ángeles para buscar a quienes, a causa de nuestros pecados, habitábamos en tierras de sombras. Y, ahora que está entre nosotros, hecho Cordero el Pastor, y aunque aún no sabe andar, ya encabeza una santa procesión de ovejas que tiene, como destino, los añorados pastos del Cielo.

 Le preguntábamos ayer «¿Dónde vives?», y, atraídos por sus ojos, llegamos a Belén, llegamos a María, de donde nunca nos debimos haber marchado. Hoy, aún nuestra mirada fija en Él (¡No la retires! ¡Que no te distraigan!), escuchamos su llanto, y el llanto se nos torna silbido. El Niño, es verdad, aún no sabe hablar ( ¡Misteriosa y divina misión la de José y María: enseñar a hablar a la Palabra!), pero ya silba… Silba con los silbidos del Buen Pastor, y en ellos ya escuchamos, tú y yo, ovejas perdidas y fatigadas, la misma invitación que, años más tarde, dirigiera a Felipe: «Sígueme»… «Salí del Padre y vine al mundo; de nuevo dejo el mundo y voy al Padre» (Jn 16, 28)… Y ya comienza, ya está dando sus primeros pasos, la maravillosa peregrinación que, partiendo de la Tierra, llegará al Reino de los Cielos cruzando la Puerta Santa de la Cruz… Estás a tiempo; el Señor te está llamando, y tienes que decirle que sí. De otro modo, pasará la Navidad, y te habrás quedado solo, solo otra vez. ¿Acaso no ves que el Niño ha venido a por ti, que no quiere marcharse sin ti, que no quiere vivir la eternidad sin ti? Pero no te llevará a la fuerza; necesita tu «sí» junto al Pesebre, necesita que te levantes y le sigas, dejándolo todo atrás.

 Todos estos días, en nuestras iglesias, veneramos con un beso la imagen del Niño Jesús. Que tu beso no sea un beso de despedida, que no signifique: «¿Ya te marchas? ¡Qué rápido se me ha pasado la Navidad!». No; tu beso tiene que ser un beso de Alianza, un beso nupcial, el beso de quien quiere unir su vida y su destino con Aquel a quien besa, y que, por tanto, está dispuesto a caminar con Él, por muy duro que sea el camino. Pero, no temas. Cuando, hoy, te acerques a besar la imagen del Niño, coge a la vez la mano de su Madre. Ella viene con nosotros, pegadita al Cordero. Al final – ya lo verás – el camino lo recorrerás en brazos… ¡Nos vamos! ¡Date prisa!