10/1/2007, Miércoles de la 1ª semana de Tiempo Ordinario
Hebreos 2. 14-18; Sal 104, 1-2. 3-4. 6-7. 8-9; san Marcos 1, 29-39

Casi se me olvida escribir este comentario. Sinceramente estoy muy cansado, tengo muchos problemas a los que atender, mucha gente a los que animar; tantos a los que a decir que no existen problemas, que me he quedado dormido y el comentario estaba sin escribir. Pero una llamada me ha devuelto a lo que tenía que hacer.

“La suegra de Simón estaba en cama con fiebre, y se lo dijeron. Jesús.” Parece mentira, verdad. Estaba Jesús en la casa y no se había dado cuenta que la suegra de su amigo estaba enferma. Curaba a muchos… y de los más cercanos ni se enteraba. A veces me siento como la suegra de Pedro, muy cerca y muy lejos. Tantos problemas y tan poca persona para resolverlos. Pero no me doy cuenta, cabezón de mi, que no estoy solo para resolverlos. Hoy la carta a los Hebreos nos lo deja bien claro, pero sólo la había leído un par de veces: “Los hijos de una familia son todos de la misma carne y sangre, y de nuestra carne y sangre participó también Jesús.” Ahora me puedo sentir solo en la parroquia, no tengo con quien compartir los problemas, iniciativas, ideas y nuevas propuestas que hacer. Me siento solo, aunque concelebremos tres sacerdotes en la parroquia en la Misa de la tarde. Pero me basta bajar unas escaleras, apenas veinte peldaños para hacer algo importante, fundamental, pero que a veces se olvida: “Y se lo dijeron. Jesús se acercó, la cogió de la mano y la levantó. Se le pasó la fiebre y se puso a servirles.” Las cosas hay que decírselas a Jesús, no hay que dar por hecho que las sabe, aunque las sepa. Jesús sabe que a veces lo pasamos mal, que sufrimos por cosas por la que Él ya ha pasado y nos da su gracia, pero hay que pedirla.

Si no pido la ayuda a Dios me quedo en lo que a mi me pasa, en mis problemas. Si me acerco a Dios dejan de ser “mis problemas,” para ser “sus” problemas, del “sumo sacerdote compasivo y fiel.” Así “como él ha pasado por la prueba del dolor, puede auxiliar a los que ahora pasan por ella” y te das cuenta que nunca estás solo. Pero a veces nos dormimos, se nos olvida que Dios está ahí, sufre con nosotros, goza con nosotros y hasta se aburre con nosotros. Dios nos ha “tendido una mano” y sólo nos basta cogerla. El otro día me dijo el hermano de la ayudante de mi dentista que yo le llamaba la atención porque era un cura triste. Es difícil demostrar alegría ante el torno del dentista que se acerca peligrosamente a una caries, pero también es cierto que, de tanto estar cerca de Dios, a veces se me olvida que es Él el que está cerca mía.

Me doy cuenta ahora, que en ocasiones quiero hacer de portavoz de Dios, pensando lo que Él piensa, y no dejar que sea Él el que me diga lo que tengo que hacer. Si es por mi no iríamos a otros pueblos y “aldeas cercanas, para predicar también allí; que para eso he salido.” Me quedaría en los problemas de mi parroquia. Pero eso no es todo. Aunque tenga sueño y frío, estáis todos los que esperáis este comentario, los que no me dan problemas en mi parroquia, mis amigos que esperan mi oración, la multitud de vivos y difuntos que cuentan con mi oración.

No puedo estar triste, tengo que estar más cerca del Sagrario. Tal vez a ti te pase igual, tengas tantos problemas por resolver que se nos olvide que nosotros no tenemos todas las soluciones, pero tenemos en quien apoyarnos.

La Virgen no dejó de tener problemas, pero siempre supo a quien acudir. Que ella nos guíe.