22/1/2007, Lunes de la 3ª semana de Tiempo Ordinario. San Francisco de Sales, obispo y doctor
Hebreos 9, 15. 24-28; Sal 97, 1. 2-3ab. 3cd-4. 5-6; San Marcos 3, 22-30
Muchas veces me pregunto si no abusamos de la misericordia de Dios. A nivel coloquial se dice que donde hay confianza da asco. Dios no puede tenerlo de nosotros, pero sí que puede suceder que nos perdamos algo importante por nuestra manera de tratar al Señor.
Me comentaba un amigo sacerdote que en cierta ocasión se le acercó un musulmán y le dijo que la culpa de que nuestra sociedad fuera tan blasfema era de los cristianos. Según su argumento, al hablar de un Dios que se hace hombre, habíamos insistido tanto en su cercanía que nos habíamos olvidado de su trascendencia. Dios es cercano por nuestro bien, aunque nosotros podamos abusar de esa cercanía y acabar entendiéndola como un derecho.
El evangelio de hoy habla de la blasfemia contra el Espíritu Santo. Según todos los comentaristas, al menos los más serios, esta consiste bien en desesperar del auxilio divino bien en la presunción. Jesús, en el texto, une esa blasfemia al hecho de que le acusan de tener un espíritu inmundo. Él libera a los hombres del poder de los demonios y, en vez de sorprenderse y agradecerlo, lo acusan de ser cómplice del demonio. La acusación es terrible. Incluye una cerrazón radical del corazón y una impermeabilidad a la gracia. Aquellas gentes lamentan el bien que Jesús hace y prefieren pensar que es un mal. Se revela en esa actitud un deseo de no cambiar de vida. Prefieren seguir viviendo igual como si Dios no se hubiera encarnado. Les gustaría que siguiera siendo lejano aunque, para ello, tengan que renegar de su misericordia. Es terrible.
Pero, también debemos interrogarnos sobre cómo este evangelio nos interpela a nosotros. Hay un camino que nunca engaña que es el de la sencillez. El de la verdadera, claro. Jesús está aquí, con nosotros, en su Iglesia, y sigue haciendo obras grandes. ¿Por qué a veces buscamos tres pies al gato para justificar los éxitos apostólicos de otros? ¿Por qué nos agotamos intentando encontrar argumentos que justifiquen nuestra comodidad? ¿Por qué abusamos de la misericordia divina pensando que no hemos de mover nuestra libertad?
La escena narrada en el evangelio quizás no es tan ajena a muchas actitudes nuestras. Al hablar de demonios y de su expulsión quizás pensamos que es algo extraño, imposible de que suceda en nuestros días. Pero aquel hecho mostraba la misericordia de un Dios cercano que viene a dar respuesta a los problemas concretos de cada hombre. Entonces fue una posesión, hoy puede ser cualquier otra cosa. En esos signos hemos de reconocer a Jesús, y seguir el camino del agradecimiento y de la adoración.
Que la Virgen María nos ayude a reconocer la misericordia que Dios tiene cada día con nosotros y nos aparte de la tentación de no agradecerla.
Elogio el tema, la tesis, y el propósito, no apruebo, ni acepto la idea de que María «nos ayude», porque es deificar su nombre, » con lo queda manifiesto que quienes profesan en esta iglesia » Prefieren seguir viviendo igual como si Dios no se hubiera encarnado»