17/04/2007, Martes de la 2ª semana de Pascua
Hechos de los apóstoles 4, 32-37, Sal 92, lab. 1c-2. 5, san Juan 3, 5a. 7b-l 5
La Iglesia es una comunidad. La palabra deriva del griego y significa “los que han sido llamados”, la asamblea. El que convoca, mediante el bautismo, es el mismo Jesucristo. No cabe duda de que todos los que han sido llamados quedan unidos y, por ello, forman una comunidad. Es verdad que esta palabra, en ocasiones, se ha utilizado mal. Se ha opuesto “la comunidad” a la “jerarquía”, o se ha constituido a la misma comunidad en el principio fundamental de todo. No es así. Formamos una comunidad porque hemos sido llamados por alguien. Y es el mismo Jesucristo el que mantiene esa unidad. La Iglesia es así. Si le quitáramos a Jesucristo nosotros nos disgregaríamos del todo.
Nuestra pertenencia a la Iglesia, que es una, la acostumbramos a vivir teniendo como referente algún grupo más cercano. Puede ser la parroquia, una asociación apostólica, un movimiento… La Iglesia universal, habitualmente, la vivimos perteneciendo a algo más pequeño que, sin embargo, nos abre a la totalidad de la Iglesia. Es por ello que la adscripción a cualquier grupo autorizado por la Iglesia no entra en conflicto con la universalidad sino que la refuerza. Para garantizar la unidad de todo está el Papa y, en cada diócesis, el Obispo. Estos son los pastores que suceden a los apóstoles en el gobierno de la Iglesia. La comunidad no puede prescindir de la estructura jerárquica querida por el mismo Jesucristo.
En la primera lectura de hoy se nos muestra la unidad de los cristianos. Por una parte se contiene una enseñanza sobre la Iglesia Universal y por otra una norma para cada comunidad concreta. Todos pensaban y sentían lo mismo. Es evidente que se refiere a las cosas de la fe y que, con esas palabras, se manifiesta la profunda unidad entre ellos que nacía de un afecto común. De alguna manera se expresa la unidad con el Corazón de Jesús. De esa unión afectiva nace la comunión de sentir y pensar entre los cristianos. Además se ayudaban entre ellos. De esa manera a ninguno de la comunidad le faltaba nada. Estaban pendientes los unos de los otros.
Esas palabras del libro de los Hechos son muy interesantes. En nuestra época se ha difundido una gran filantropía universal. Estamos pendientes de las necesidades en lugares muy lejanos. Ciertamente eso es importante y no debe dejarse de lado. Pero aquí se nos apunta a otro hecho: estar atentos a las necesidades de nuestros hermanos en la fe. Es decir, procurar que a nadie de nuestra comunidad le falte lo necesario. Lo necesario no es sólo lo material, sino todo aquello que le ayuda a su realización como hombre; lo que es conforme con su dignidad.
La vida comunitaria, centrada en Jesucristo, porque los apóstoles no dejaban de dar testimonio de su resurrección, se convertía así en el primer referente de evangelización. Dios los miraba con agrada y los no creyentes, al ver a los cristianos descubrían un amor distinto que, seguramente, suscitaba preguntas y acababa atrayendo a muchas personas.
Que María nos enseñe a cuidar de los hermanos en la fe que tenemos cerca y, a través de ellos, vivamos nuestra unidad con toda la Iglesia.