21/04/2007, Sábado de la 2ª semana de Pascua
Hechos de los apóstoles 6, 1-7, Sal 32, 1-2. 4-5. 18-19 , san Juan 6, 16-21
La Iglesia es una auténtica maravilla. Gracias a ella nos ponemos en contacto con el mismo Jesucristo. Estos días de Pascua leemos el libro de los Hechos de los Apóstoles. En él se nos narra como se empezó a organizar la comunidad que Jesús dejaba en la tierra después de su Ascensión a los cielos.
Como sabemos Jesús subió con su cuerpo al cielo. De esa manera completaba su misión en la tierra. Pero no iba a dejarnos. Ahora formaba un nuevo cuerpo con los cristianos que se adherían a Él por el bautismo. Por eso san Pablo utiliza la palabra “incorporación”. Ser cristiano significa entrar a formar parte del Cuerpo de Cristo, que es su Iglesia. Por la misma razón el sacramento que da unidad y del que vive la Iglesia es la Eucaristía. El mismo Cuerpo de Cristo garantiza la unidad entre todos sus miembros.
No se puede separar a Jesús de su Iglesia. Sin embargo como la Iglesia está formada por muchos miembros exige que esté organizada. La existencia de la jerarquía es voluntad del mismo Jesucristo. Eligió a los Doce apóstoles cuyos sucesores son los obispos. Y de una manera singular eligió a Pedro como principio de unidad y para que los presidiera en la caridad. A partir de esa estructura fundamental, en la que el Papa ejerce como verdadero vicario de Jesucristo en la tierra se da el resto de la organización.
En la lectura de hoy se nos habla de la institución del diaconado. La diaconía es servicio. Y, por lo que parece, los Apóstoles hubieron de nombrar colaboradores para no descuidar ellos la predicación de la Palabra. La Iglesia en su crecimiento va ampliando sus tareas. Así, cuando crecía la comunidad cristiana alguien debía encargarse de atender a los necesitados y redistribuir los bienes que los miembros ponían en común. Para ello los Apóstoles nombran a los diáconos.
El argumento que dan sigue enseñándonos muchas cosas: “No nos parece bien descuidar la palabra de Dios para ocuparnos de la administración”. De esa manera se señalaba la importancia de la predicación y, al mismo tiempo, como la misma vida de la Iglesia exigía de nuevos encargos y ministerios.
Actualmente el diaconado es uno de los tres grados del sacramento del orden. El diácono sirve el altar y también predica. En los últimos tiempos se ha revalorizado mucho su papel y ha cobrado fuerza la institución del diaconado permanente, en el que también son admitidos hombres casados. Las funciones que tenía originariamente son, en parte, realizadas por otras personas que no necesitan del sacramento del orden. Es así porque la vida de la Iglesia ha llevado a ello. Pero sigue permaneciendo la institución fundamental.
Lo que es bonito de ver es como la Iglesia, sobre la enseñanza de los Apóstoles y sus sucesores, y sostenida por el Espíritu Santo, es capaz de ir dando respuesta a las diferentes necesidades. Todo con una finalidad: que la palabra de Dios pueda llegar a todos los hombres para que puedan gozar de la salvación que nos ha traído Jesucristo.