29/04/2007, Domingo de la 4ª semana de Pascua.
Hechos de los apóstoles 13, 14. 43-52, Sal 99, 2. 3. 5 , Apocalipsis 7, 9. 14b-17, San Juan 10, 27-30

«Mis ovejas escuchan mi voz, y yo las conozco y ellas me siguen, y yo les doy la vida eterna». El Buen Pastor es un infatigable y divino «Hablador»; no calla nunca. No creas a quienes digan «silencio de Dios»; cree más bien en la sordera humana, que no escucha la voz del Buen Pastor. Habla Jesús en cada suceso de tu vida, en cada hoja que se mueve, en el llanto y en la risa de tus hermanos los hombres… Habla, muy especialmente, en la Escritura. Habla ahora…

«Escuchan mi voz»… Muchas veces se refiere Jesús a quien «escucha sus palabras».

Ahora, sin embargo, dice «voz»… Y lo entiendo. Lo entiendo porque sus palabras a veces se me escapan. Una oveja no puede entender las palabras del pastor, pero reconoce siempre su voz, y le mueve más a obediencia ese timbre cálido de su amo que todos los discursos grandilocuentes de este mundo. A veces me he sentado ante un texto de la Escritura, y, antes de que llegara a entenderlo, he sentido la Voz y me ha sonado a Hogar. Luego vino la luz, y comprendí hasta reventar de claridad, pero primero, antes de nada, escuché la voz.

«Y yo las conozco»… Nadie me conoce. Ni yo mismo sé bien quién soy, y a veces me sorprendo con reacciones que jamás hubiera imaginado en mí. Los demás nada saben de mí, y me río cuando me ensalzan casi tanto como cuando me humillan, porque ni en un caso ni en otro saben de quién están hablando. Sin embargo, Tú, Señor, «tú me sondeas y me conoces». Ante ti estoy siempre al descubierto, y muchas veces mi oración, más que en mirarte, consiste en saberme mirado por Ti, y descansar. ¿Qué me importan otros ojos? ¿Qué puede darme o quitarme la mirada de los hombres? Pero tú me miras, me conoces, y tu mirada me hace Verdad a mí.

«Y ellas me siguen»… A trompicones. Apenas he dado dos pasos, ya he vuelto a caerme, y tengo que recomenzar. Sé que estaré salvado mientras sepa levantarme. Y sé también que el único enemigo que puede apartarme de ti soy yo mismo, si un día me desalentare y decidiera quedarme en el suelo para no levantarme.

«Y yo les doy la Vida eterna». Así alimentas, Buen Pastor, a tus ovejas. No con bienes de este mundo, ni con recompensas terrenas. ¿Para qué las quiero? Basta con estar en gracia de Dios, y el Cielo entero me pertenece y se encierra en mi alma. Basta con estar en gracia de Dios, para poder decir que soy la persona más afortunada, más «agraciada» del mundo entero.

Aplica estas palabras a la Santísima Virgen: Ella escuchó y guardó en el corazón la Voz; Ella fue conocida, amada, y sondeada por Dios hasta el punto de concebir a su Hijo en sus entrañas; Ella siguió a Jesús hasta la Cruz… Y Ella ha recibido, en cuerpo y alma, la Vida eterna. Ella es, más que nadie, la Oveja del Buen Pastor.