Gén 46, 1-7.28-30; Sal 36; Mt 10, 16-23

La tipología del futbolista-estrella tiene, muchas veces, su correlato en un animal, y así las páginas deportivas de los diarios parecen tomadas del «Libro de la selva»: en España hemos conocido al Burrito, al Piojo, al Mono, al Gato… ¡La Pulga! ¡Como para echarse a temblar!

Pero la Biblia fue primero. La simbología del animal, en la Escritura, es algo más que un recurso literario destinado a mostrar cualidades humanas. Se me antoja que la metáfora la utilizó Dios a la hora de crear; se me antoja que la Creación entera, y la Historia, son metáforas con que el Divino Autor pronunció «Hombre» para pronunciar «Cristo». Si los periodistas deportivos de hoy pueden hacer sus juegos zoológicos con pulgas, burros, monos y gatos, es porque el Autor de cuanto existe quiso que su obra fuese expresiva.

En la Primera Simbología, la serpiente representa al mal: se arrastra por tierra, y no puede alcanzar la vertical, mostrándonos el modo en que el hombre carnal está incapacitado para desear las cosas de Dios… Sin embargo, conoce todos los secretos del humus. Es astuta, y sabe jugar a las tinieblas. En su terreno, nadie se mueve como ella. La paloma representa, sin embargo, a la pureza. Es blanca, habita en los aires, y mira de frente al sol. La fuerza de la gravedad, que mantiene aherrojada a la serpiente, parece no existir para ella. Pero no hace pie, y nada sabe de la tierra. Si alguna vez, al posarse levemente sobre el suelo, resultara alcanzada por la serpiente, nada podría contra ella.
«Sed sagaces como serpientes y sencillos como palomas». El sacerdote que me impartió clases de Moral disfrutaba elogiando a su sobrina. «Para ella -decía- no existe el mal. Piensa que su madre es un tesoro, que su padre es un santo, que la directora de su colegio es una sabia, y que su tío será Papa». Transmití estos comentarios a otro sacerdote amigo mío, profesor del colegio donde estudiaba la niña. Mi amigo me miró con cierta sorna, y contestó: «¡Claro que conozco a la sobrina de Antonio! Está en mi clase. Es tonta, la pobre»..

La cabeza, como la de la paloma, en el cielo. Sensible al Espíritu, enamorado de Dios, libre de las ataduras terrenas… Pero los pies siempre en la tierra. El mal existe, y el pecado original nos ha emponzoñado a todos. No deben los hijos de la luz jugar a las tinieblas… Pero no es malo que conozcan las reglas, que sepan hablar su lenguaje. Las «palomas» para quienes todo el mundo es bueno y los niños vienen de París caen siempre al primer balazo. El Adversario es astuto; se disfraza de ángel de luz, y se mueve con pericia en los entresijos de la condición humana. Nada pueden contra él palomas bobas.

Me gustan las imágenes de la Inmaculada. Si te fijas bien, en ellas, los pies de la Paloma, firmes sobre la tierra, están aplastando la cabeza de la serpiente. Sencilla… Y, desde luego, astuta. No existe otra forma de santidad.