Hoy recordamos a san Joaquín y santa Ana, padres de la Virgen María y, por tanto, abuelos de Jesús. Todas las culturas han venerado a los ancianos, en los que se reconocía el valor de la experiencia y la sabiduría que confieren los años. También en nuestra sociedad vemos como muchos abuelos ayudan a sus hijos cuidando los nietos o en muchas otras labores. Es lo que se llama familia extensa.

Yo recuerdo con mucho cariño a mis abuelos. Recuerdo como ayudaron a mis padres y las oraciones que recé junto a ellos. Especialmente recuerdo muchas tardes rezando el rosario que dirigía mi abuelo. En todas las familias la presencia de los abuelos recuerdan que la familia viene de lejos y que formamos parte de una tradición en la que la vida de cada uno de nosotros es un don inmerecido.

Hoy en día se empieza a notar una cierta pérdida de prestigio por parte de los mayores. Algunos consideran a los ancianos como una carga. Una de las demandas que mas crece es la de plazas de geriátricos. Incluso hay países en los que se fomenta la eutanasia. Da la impresión de que los mayores sobran porque ya nos son productivos. Algunos incluso los ven como un impedimento para su vida frívola y llena de diversiones. Sin embargo, los mayores no dejan de recordarnos el recorrido de la vida y como los años acaban pesando y son el reclamo de que nuestra vida encuentra su sentido más allá de este mundo.

En el Evangelio encontramos una pregunta de los apóstoles a Jesús. Le dicen por qué habla en parábolas. Jesús responde diciendo que no todos alcanzan a conocer los misterios del reino. Esto me hace pensar también en los ancianos. Hay en ellos un secreto. Dios ha dispuesto la vida del hombre de tal manera que, en general, nos degradamos lentamente de manera que la muerte se nos va acercando y nos permite prepararnos para ella. Cuando veo que en muchas iglesias las personas de edad avanzada son mayoría pienso que esas gentes, con independencia de lo que hayan sido sus vidas, ahora quieren prepararse para el encuentro definitivo con el Señor.

No, nuestra vida no es una causalidad ni las fuerzas que podemos tener ahora van a durar para siempre. La vida tiene sus ritmos y estos corresponden a un designio de Dios. Un mundo sin niños (y el nuestro corre también este peligroso peligro), no tiene proyección de futuro; pero un mundo en el que los ancianos son relegados, tampoco recuerda su pasado ni conoce la verdadera dimensión de la vida humana.

Pidamos a san Joaquín y santa Ana que nos ayuden a querer a nuestros abuelos y a todas las personas ancianas. Que estas puedan aprovechar sus últimos años para la oración y así den testimonio de su fe en la vida eterna. Y que nosotros sepamos aprender en ellos, y acompañándolos, que nuestra vida tiene un sentido.