Los diez mandamientos los dio Dios al pueblo de Israel para que les fuera más fácil saber que debían hacer para guardar la Alianza. Dicen los entendidos que todos los preceptos ahí contenidos son accesibles a la sola razón. Forman parte de la ley natural que, en principio, todo hombre podía conocer. Sin embargo, debido a la ofuscación que produce el pecado no todos alcanzan a conocer lo que los diez mandamientos enseñan. Dios, en su misericordia, los explicita.

Nos equivocaríamos si pensáramos que son normas arbitrarias dadas por Dios. No es así porque las normas que Dios nos enseña van unidas al bien del hombre. Por usar una imagen un poco impropia, se parecen a las normas que acompañan cualquier electrodoméstico. Nadie piensa, al leer el prospecto, que son normas inventadas que nada tienen que ver con el aparato al que acompañan. Al contrario, nos explican como usarlo bien, y sería temerario utilizar ese electrodoméstico sin atender a las indicaciones del fabricante.

Los mandamientos de Dios van unidos al bien. Son inseparables de él. Esto lo sabemos cuando nos damos cuenta de que Dios es bueno y que no puede mandar nada que sea contrario al hombre. Pero también experimentamos, cuando intentamos cumplir lo que Él nos manda, que somos más felices. Porque lo que la ley prescribe está acomodado a la naturaleza del hombre. De hecho, es cuando nos saltamos los mandamientos que nos sentimos insatisfechos y notamos un vacío en nuestro interior.

La dificultad de los mandamientos reside en que no siempre somos capaces de cumplirlos con facilidad. Entonces podemos pensar que son inadecuados. La tentación, llevada a su extremo, puede hacernos pensar que Dios es caprichoso y juega con el hombre. Para ello es bueno recordar las palabras que preceden a los mandamientos. Dice Dios que El ha liberado a Israel de la esclavitud de Egipto. Es decir, los mandamientos son para la libertad. Están pensados para la libertad del hombre. Cuando estamos esclavizados por el pecado no podemos cumplir la voluntad de Dios. Ahí está nuestra lucha.

Jesús nos da la libertad. La gracia que nos comunican los sacramentos nos capacitan para guardar los mandamientos y aún para ir más lejos. La gracia no solo nos ayuda a hacer lo que es bueno sino que, fundamentalmente, nos hace buenos. Es por ello que somos capaces de percibir la bondad que se encierra en los mandamientos. Cuando leemos de algún santo que prefería morir antes que pecar no hemos de cometer el error de pensar que decía eso movido por un voluntarismo desproporcionado. No, era su amor a Dios, y el hecho de que, por la luz del Espíritu Santo, veía toda la belleza encerrada en los mandatos de Dios. Era su amor a Dios y al bien.

Pidámosle a la Virgen que nos ayude a conocer toda la belleza encerrada en los mandamientos que Dios nos da y que nos alcance de su Hijo la gracia para poder cumplirlos.