Ecl 1, 2. 2, 21-23; Sal 89; Col 1, 1-5. 9-11; Lc 12, 13-21
Cuando, siendo niño, me servían un filete acompañado de patatas fritas, no dudaba en comenzar el banquete hartándome de patatas. Lógicamente, después ya no me quedaba hambre para el filete, que, como decía mi madre, «es lo que alimenta». Mi padre me enseñó a comer primero la carne, y dejar el manjar para después. Ya soy mayor, y no necesito esos «trucos» para ser bueno. Además, los filetes me chiflan…
Pero, por alguna extraña razón, lo sigo haciendo. Y cuando tengo un helado de chocolate y vainilla, comienzo por la vainilla y termino por el chocolate. Mientras escribo, tengo preparada una pipa, y sólo cuando termino de escribir la enciendo mientras repaso lo escrito. El razonamiento de mi padre estaba lleno de sabiduría: dividía el tiempo en dos, como un partido de fútbol, y me hacía comprender que es mejor sufrir en el primer tiempo y acabar alegre el segundo que entusiasmarse con la primera parte y terminar saboreando la hiel de la derrota. Lo dulce sabe mejor al final.
El personaje de la parábola parecía educado por mi padre: «Hombre, tienes bienes acumulados para muchos años; túmbate, come, bebe y date buena vida». Ha dividido su vida en dos partes y ve llegado el fin de la primera: «con este golpe de suerte -parece decirse- ha concluido la primera etapa: trabajo, sudor, sacrificio… Ahora, ¡a comerme las patatas!». Sin embargo, erró en sus cálculos. Lo que él creyó ser el fin del primer tiempo era el fin del partido. Había perdido la contienda, y Dios le llamó «necio»…
Salomón tuvo más suerte. Cuando se sumergió en las aguas de la lujuria y la ambición, aún tenía por delante muchos años de «buena vida»… Comió con ansia, sin levantar la cabeza del plato; devoró sin paladear, esperando al último trago para tomar aire y percibir el sabor de los manjares. Y, cuando ese último trago llegó, tragó saliva, se paseó la lengua por los labios… Y sintió nauseas. «Vanidad de vanidades, todo es vanidad». Las patatas no estaban tan buenas.
Nuestro tercer personaje de hoy: San Pablo. «Ya que habéis resucitado con Cristo, buscad los bienes de allá arriba.» Cristo ha resucitado. Somos dueños del tiempo y de la eternidad. Pero el tiempo, al lado de la eternidad, es muy breve. Y el más placentero de los manjares terrenos es amargo en comparación de más ínfimo de los bienes celestiales, cuya dulzura escapa a nuestros sueños. «Sabiendo que la vida terrena es corta -parece decirnos- ¿Por qué querer saciar aquí todas las ansias de consuelo con las «patatas amargas» de Salomón, dejando el sufrimiento para un segundo tiempo que es eterno? Pon tu vista en los bienes del Cielo, y apura aquí el Cáliz de la Cruz -«el que alimenta», según mi madre-, porque después te saciarás de gozo eternamente». Es una maravillosa noticia y la sublimación más sabia de la doctrina de mi padre. En mi oración de hoy, habré de coronarla con las palabras de la Madre de Dios: «a los hambrientos los colma de bienes, y a los ricos los despide vacíos». Ahora voy a fumar.