13 de agosto de 2007
Deut,10, 12-22 Sal 147, 12-13. 14-15. 19-20 Mateo 17, 22-27
La mitad de los españoles están de vacaciones, y la otra mitad de puente. No es momento para hablar de impuestos y del IRPF. Pero ciertamente la palabra “impuestos” está muy bien buscada. Hasta al ciudadano más concienciado con la necesidad de contribuir al bien común los impuestos les son eso: impuestos. El estado es el que te dice cuánto, cómo y por qué has de pagar, y si no te gusta, te fastidias. En la vida nos vienen muchas cosas impuestas por nuestra naturaleza, nuestras limitaciones y carencias, pero procuramos asumirlas con paz; pero los impuestos procuramos evadirlos con alegría, a quién no le han preguntado: ¿Quiere una factura o le quito el IVA?.
“¿Vuestro Maestro no paga las dos dracmas?” Menos mal que el Señor pagó. El creador de cielos y tierra, el Señor de lo señores, paga los impuestos, si no tendríamos legión de moralistas evadiendo impuestos por todo el mundo mundial. ¿Pero es esta la lección del Evangelio de hoy? ¿Aprender a hacer la declaración de la Renta? No, hay que leer unas líneas antes: “En aquel tiempo, mientras Jesús y los discípulos recorrían juntos Galilea, les dijo Jesús: -«Al Hijo del hombre lo van a entregar en manos de los hombres, lo matarán, pero resucitará al tercer día.» Ellos se pusieron muy tristes.” Esa es la verdadera deuda que Cristo vino a saldar, no dos pequeñas dracmas. Si hablamos en términos económicos podríamos decir que la vida de Cristo estaba embargada por el amor de Dios, se había expropiado su propia vida y le estaba impuesto el amor incondicional por los hombres, a los que venía para saldar nuestra deuda con Dios. Ahora que preocupa tanto los datos de la macro-economía la humanidad no se da cuenta de la mayor deuda que tiene contraída: con Jesucristo. Algunos querrán pagar la factura sin IVA y quitar importancia a la encarnación, vida, muerte y resurrección de Cristo como si fuese algo del pasado, pero esa deuda es tuya y mía, que seguimos beneficiándonos del don del Espíritu Santo en la Iglesia y en el mundo.
¿Cómo saldar esta deuda? “Temerás al Señor, tu Dios, le servirás, te pegarás a él, en su nombre jurarás. Él será tu alabanza, él será tu Dios, pues él hizo a tu favor las terribles hazañas que tus ojos han visto.” Pegarse al Señor, que expresión tan bonita. Al Señor no podemos pagarle con dinero, ni acepta un pagaré, a Dios sólo podemos corresponderle con una vida que se le entrega, amándole, alabándole. Cuando leo noticias de sacerdotes indignos pienso en mi propia indignidad y no me escandaliza por el pecado, me asusta más la impresión de que el que entrega su vida a Dios no es un hombre enamorado hasta el tuétano de Dios, pero de eso trataremos en otro comentario. Por eso peguémonos bien al Señor, démosle nuestra vida, nuestro tiempo, nuestra respiración, todo lo que somos. Vivir así no es sólo un arrebato místico, es un deber de justicia para con Dios, nuestro Padre.
Poner nuestra vida en manos de María es el camino más corto para que llegue hasta su Hijo. Confiémosela a ella, es algo que casi nos viene impuesto.