En esto de la informática me considero un simple usuario, y cada día más torpe. El otro día, para un proyecto nuevo que voy a empezar, registré un dominio para Internet (eso de tener el dominio aumenta muchísimo el ego). Procuré asesorarme un poco leyendo aquí y allá, busqué una empresa que estuviese reconocida e hice el registro del dominio. Fue sencillo, en seguida te decían que soltases la pasta y mi dominio está registrado. Ya nadie puede usarlo, nadie… ni yo. Después de darle mil vueltas, leer doscientas páginas de foros y escribir a la empresa donde alojé mi dominio me contestan: “A día de hoy ustedes tienen registrado con nosotros únicamente el registro del dominio apuntando a los DNS de (la empresa contratada). Si usted desea gestionar las DNS para utilizar el resto de servicios, redireccionar la Web a otro servidor o a otra web… tendrá que contratar servicios adicionales como son la gestión del DNS.” Para eso hay que soltar muchos más euros, así que se quedan el dominio y dentro de un año que lo vuelva a registrar Rita (si es que a Rita le interesa ese dominio). Preguntaré a algún experto, que “técnicos tiene la Iglesia,” que seguramente esté haciendo algo mal, pero ya me hacen dudar, en estas cosas siempre hay mucha letra pequeña.
“En la cátedra de Moisés se han sentado los escribas y los fariseos: haced y cumplid lo que os digan; pero no hagáis lo que ellos hacen, porque ellos no hacen lo que dicen.” Este texto lo suelen aplicar, hoy por hoy, a los sacerdotes aunque se puede aplicar a padres, abuelos, educadores, catequistas, etc. ¿Por qué ocurre esto? Justamente porque creemos que tenemos el dominio sobre todo, incluso sobre la misión (llámalo vocación), que de Dios hemos recibido. Y Dios no escribe con letra pequeña, en letras bien grandes nos ha escrito las condiciones de uso: LA LIBERTAD. Cuando descubrimos la voluntad de Dios en nuestra vida podemos limitarnos a intentar cumplirla, como si fuese un encargo engorroso que hemos recibido. Pero o “redireccionamos” la vocación hacia nuestra libertad y entregamos gozosamente lo que somos al plan de Dios o esa llamada de Dios quedará sin contenido, vacía, la llenaremos de nosotros mismos, aunque lo prediquemos en nombre de Dios. Creemos que tenemos el dominio de nuestra vida y de nuestra libertad, y en realidad somos simples usuarios, y bastante poco aventajados. “Para ser libres os liberó Cristo,” cuando a Él le entregamos nuestra libertad, entonces empezamos a ser verdaderamente libres.
“Vosotros, en cambio, no os dejéis llamar maestro, porque uno solo es vuestro maestro, y todos vosotros sois hermanos. Y no llaméis padre vuestro a nadie en la tierra, porque uno solo es vuestro Padre, el del cielo. No os dejéis llamar consejeros, porque uno solo es vuestro consejero, Cristo. El primero entre vosotros será vuestro servidor.” Creo que cualquiera que intente vivir verdaderamente su vocación (de padre, abuelo, sacerdote,, religiosa o lo que sea), se da cuenta que es el peor consejero, el padre más descuidado y el personaje más torpe del mundo. Pero entonces te das cuenta que Dios actúa por tu medio, que está haciendo en ti lo que Él quiere, aunque no entiendas cómo. Cómo Rut no podía ni pensar que sería la abuela del rey David, después de una vida tan desgraciada.
Por tanto, antes de caer en la depresión post-estival (eso pasa por irse de vacaciones), piensa que sólo tienes que dejar que Dios haga por ti lo que quiera, sin que tú tengas el dominio sobre su voluntad.
La Virgen no tuvo ningún dominio, y es reina de cielos y tierra, y es que no hay nada más cierto que “El que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido.”