Tanto tiempo tienen los niños de vacaciones que les da tiempo a tener malos pensamientos. Según se acerca septiembre veo en mi barrio a más niños que golpean las papeleras, tiran los contenedores o buscan alguna otra picia que hacer. Es normal, se aburren y tienen poca imaginación. Lo que ya no considero tan normal es contemplar a los padres que ven a sus hijos hacer alguna trastada y permanecen indiferentes, tomándose su cervecita en una terraza, como si ese niño, en vez de suyo, fuese hijo de Bin Laden. A los padres les toca regañar a los hijos, lo siento, no es agradable pero es su labor si les quieren.

“Aceptad la corrección, porque Dios os trata como a hijos, pues, ¿qué padre no corrige a sus hijos? Ninguna corrección nos gusta cuando la recibimos, sino que nos duele; pero, después de pasar por ella, nos da como fruto una vida honrada y en paz.” Cuántas veces hemos podido decir cada uno: “Es que Dios me trata muy mal.” Es cierto, las cosas no salen como uno quiere, tenemos disgustos y pérdidas. Pero si mantenemos nuestra confianza en Dios sabemos que Él no da “puntadas sin hilo.” De cada periodo de prueba hemos salido fortalecidos, hemos descubierto lo verdaderamente importante y ha aumentado nuestro amor a Dios. Es cierto que hay quien se pasa la vida enrabietado con Dios, como el niño tonto que no quiere hablar a su padre, pero si buscamos la paz descubriremos todo lo que Dios nos está dando.
La vida es sencilla, pero no fácil. “Esforzaos en entrar por la puerta estrecha. Os digo que muchos intentarán entrar y no podrán.” La puerta es Cristo, Él es la verdadera puerta del aprisco, la entrada a la salvación. Al Señor no le basta con que cumplamos ciertas normas o aparentemos ciertas actitudes, al igual que a un padre no le basta que su hijo tenga una cara angelical si, en cuanto se da la espalda es más malo que un dolor. La vida del cristiano es identificarse con Cristo, ser el mismo Cristo, poniendo en juego la gracia que él nos da. De vez en cuando el Señor nos corregirá, cuando pongamos como meta de nuestra vida la salud, o el dinero, o el placer o la autoestima dichosa, en lugar de la identificación con Cristo. Cuántos santos han sentido esa corrección de Dios cuanto más alto estaban en la vida espiritual, hasta poder decir con San Pablo: “Vivo yo, pero ya no soy yo, es Cristo que vive en mí.” Hasta llegar al punto de que ya no se cumplen normas o leyes, sino que se vive en Cristo.
Parece una meta inalcanzable para muchos, pero Jesús no se dirige a algunos, sino a todos. Esforcémonos en la vida cristiana, no actuemos por el criterio del “me apetece” o “esto me hace vivir o me realiza.” Entonces, cada vez que Dios nos corrija tal vez nos enfademos un poquito, para decir a continuación: ¡Qué bueno es Dios y cuanto me quiere!.

María es esa madre a la que siempre acudimos y que nos recuerda, siempre, siempre, lo que Dios nos quiere.