Se dice que perdonar es difícil y que cuesta. Pero también es cierto que no sabemos pedir perdón. Y también parece que reconocer que hemos sido perdonados no es nada fácil. Saberse perdonado no significa entrar en la impunidad ni, mucho menos, en la indiferencia. Precisamente le perdón nos devuelve la alegría que habíamos perdido. ¿Por qué? El perdón cristiano no es un formalismo, sino una realidad que nos transforma totalmente en nuestro interior. Cuando Dios nos perdona hace algo nuevo que no es fácil de explicar. Si el pecado nos destruye, el perdón nos devuelve a la situación original. Y lo más grande es que eso sucede de una manera absolutamente gratuita. Dios nos perdona por su amor. Ante el pecador el amor infinito de Dios se hace misericordia.
Nosotros, al reconocer ese perdón de Dios estamos en una situación nueva. LO primero que brota es el agradecimiento. Algo insólito ha sucedido. El perdón me ha colocado de nuevo en mi historia eliminando todo lo que pesaba sobre ella. Podríamos decir que estábamos bajo el pecado y hemos sido rescatados de esa situación. No era posible salir solos. Era necesaria una actuación divina. Y esta se ha dado. El pecado nos sepulta, por así decirlo, debajo de nosotros mismos. Nuestro propio peso nos oprime. Es como intentar salir de un lago tirándonos de la coleta. Es imposible. Pero Jesucristo baja hasta el fondo y nos saca de nuestra postración. Nos devuelve al lugar que tenía pensado para nosotros. Experimentar que todos tus pecados han sido perdonados es una experiencia maravillosa.
En el Evangelio de hoy descubrimos a dos personajes bien distintos. Está Simón, que no tiene conciencia de culpa y, por tanto no entiende nada. Después tenemos a la mujer pecadora que se derrama toda ella en gestos de afecto hacia el Señor. Le riega los pies con sus lágrimas. Esos pies que, dice santa Catalina de Siena, representan la justicia y la misericordia. También lo besa y lo unge con perfume. Es un amor desbordado porque ha sido perdonada. Simón no entiende nada y, en su interior, sigue condenando a aquella mujer. Por eso critica también a Jesús.
Muchas personas piensan como ese fariseo. No creen en el cambio interior de las personas. Por ello ni piden perdón ni perdonan. No se dan cuenta de la fuerza de la misericordia y de cómo la necesitamos. La experiencia corriente nos muestra cómo muchas personas viven enemistades que se alargan durante años precisamente porque nunca fueron capaces de pasar por el perdón.
Una de las experiencias más sonantes es la de ser perdonados por Dios. Quien lo vive sabe que es una realidad muchas veces difícil de explicar pero absolutamente innegable. Que la Virgen María nos ayude a seguir viviendo la alegría de la reconciliación y el agradecimiento que se traduce en afecto hacia el Señor.