1Sam 15, 26-23; Sal 49; Mc 2, 18-22

Saúl se encuentra dividido: una parte de él ofrecía sacrificios al Señor y lo alababa… Otra parte de él desobedecía para acabar haciendo su voluntad. Tan dividido como la pobre Suzy, provocaba tal desconcierto en los cielos que mereció este reproche del mismo Yahweh: «¿Por qué recitas mis preceptos y tienes siempre en la boca mi alianza, tú que detestas mi enseñanza y te echas a la espalda mis mandatos?». Es decir: «¡Aclárate!».

Mira ahora a aquellos fariseos: una parte de ellos alababa a Dios siete veces al día, pagaba el diezmo de cuanto tenía (¡El diezmo! ¿Qué tanto por ciento de tus ingresos entregas tú al Señor?), ofrecía cientos de sacrificios y asistía cada sábado a la sinagoga…

Y otra parte de ellos, al situarse frente al Mesías a quien tanto esperaban en su oración, lo juzgaba y lo desechaba como a un pecador porque no estaban dispuestos a reconocer su autoridad y a obedecer aquella doctrina nueva en que la misericordia era el nuevo nombre de la Ley. Les venía «al pelo», a aquellos hombres, el mismo reproche que Samuel dirigió a Saúl: «¿Quiere el Señor sacrificios y holocaustos, o quiere que obedezcan al Señor?». ¡Aclárate!

Mírate ahora a ti mismo: una parte de ti se llama «católico», reza, entrega limosnas, acude a la iglesia y hasta dice (a buen seguro, con verdad) que ama a Dios… Y otra parte de ti ha tomado tu vida en sus manos y quiere hacer su voluntad, poniendo a Dios de su parte; es esa «parte de ti» cuyo único y principal objetivo es «salirse con la suya». ¡Aclárate!

Estamos orando, en estos días, por la unidad de todos los que creemos en Cristo. Sabemos que el Cuerpo del Señor está desmembrado, y esa herida nos duele o debería dolernos… Pero el tajo es tan profundo, que comienza dentro de tu alma: el Cuerpo de Cristo está dividido entre esas dos «partes de ti». La noticia, a la vez, es mala y es buena: es mala porque tus desobediencias y las mías están destrozando al Señor. Es buena porque, tanto tú como yo, podemos hacer algo por sanar los miembros rotos de Jesús: reconstruyamos el Cuerpo de Cristo en nuestra propia alma… ¡Vamos a obedecer!

Vamos a arrodillar nuestra vida ante aquello que profesamos en nuestra oración, para que, en nosotros, el Cuerpo de Jesús no sea «parte» y «parte», sino sólo uno. Pido a Dios que, a través de los comentarios de estos ocho días, pudiera yo grabar a fuego en tu alma esta verdad: sólo la obediencia salva, sólo la obediencia complace a Dios. Por eso es María la Madre y la esposa de Cristo: porque no hubo en Ella «parte» y «parte», sino sólo Esclava.