Volvemos al tiempo ordinario. Si estamos igual que al empezar la Pascua nos hemos hecho la idem. Pero seguro que no. Estas semanas contemplando la resurrección de Cristo, estos últimos días pidiendo el don del Espíritu Santo seguro que empiezan a dar su fruto. Y falta nos hace. Tenemos que ser testigos de la resurrección de Jesucristo y, habitualmente, el mundo no nos lo pone nada fácil. Por eso tenemos que volvernos hacia el Señor y pedir la gracia y la fuerza para ser sus testigos.
“ Hermanos míos, teneos por muy dichosos cuando os veáis asediados por toda clase de pruebas.” Comenzamos al leer la carta del apóstol Santiago, carta breve pero muy enjundiosa, que convendría que releyésemos muchas veces esta semana. A veces las pruebas nos hacen pensar que Dios no sha abandonado, pero es todo lo contrario. En las pruebas descubrimos a un Dios más cercano que nunca. Pues “sabed que, al ponerse a prueba vuestra fe, os dará constancia. Y si la constancia llega hasta el final, seréis perfectos e íntegros, sin falta alguna.” En este mundo tan automatizado estamos acostumbrados a lo inmediato: damos a un interruptor y se enciende la luz. A veces se nos ha olvidado el valor de la constancia: un aparato mecánico lo desechamos porque es lento, un matrimonio por algún fracaso, la paternidad por ser un compromiso de por vida, y así en tantas situaciones. Ser constante significa mirar más allá, no quedarnos en lo inmediato, sino superar las dificultades actuales para llegar a la meta última: el cielo.
El camino nos puede parecer muy penoso, “largo me lo fiáis, amigo Sancho,” pues nos preocupa lo actual, el presente. Pero la promesa de la eternidad ilumina el presente, la decisión que tomamos ahora, y lo llena de sentido. Por eso hay que pedir al Señor: “ Dios da generosamente y sin echar en cara, y él se la dará. Pero tiene que pedir con fe, sin titubear lo más mínimo, porque quien titubea se parece al oleaje del mar sacudido y agitado por el viento. Un individuo así no se piense que va a recibir nada del Señor; no sabe lo que quiere y no sigue rumbo fijo.” Si nos decidimos a ser santos en este momento lo podemos pedir así a Dios, pero no podemos levantarnos mañana pensando que nos hemos pasado que nos conformamos con ser medianamente beatos o un purgatorio breve. El mundo seguirá tentándonos con el orgullo, las riquezas, la fama, la vida cómoda, pero “el rico tiene una pobre condición, pues pasará como la flor del campo.” El ahora es muy breve, la eternidad es para siempre. Como Santa Teresa repetía a su hermano cuando, locuras de infancia, se marchaba a tierra de infieles para morir mártir, podemos repetir. “para siempre, para siempre.”
«¿Por qué esta generación reclama un signo? Os aseguro que no se le dará un signo a esta generación. » El Señor no admite “Sí, pero…” O le decimos que sí, o decimos que no, pero no podemos andarnos con componendas.
En este mes de mayo, hoy que volvemos a rezar el ángelus, contemplamos el sí de María, lleno de fe, de confianza, de sabiduría. Que sea así nuestro tiepo ordinario, un continuo sí al Señor, ahora y en la eternidad.