Esto de llegar a una parroquia nueva (aunque siga sin templo), significa que a la gente le entra la curiosidad por el nuevo sacerdote. Ahora que voy de casa en casa (y tiro porque me toca), me dedico muchas horas a hablar de Dios, de la Iglesia y de los sacramentos. Después de un rato de conversación los más atrevidos se atreven a preguntar ¿cómo te metiste a sacerdote? Una vez que les has explicado que le matrimonio es vocación de Dios suelen querer saber qué es eso de la vocación. Muchos piensan que la vocación es una especie de espectáculo de luz y sonido en que media cohorte celestial te muestra tu imagen con alzacuellos mientras cantan el aleluya. Incluso algunos me han dicho que han tenido amigos que no fueron al seminario o ingresaron en un convento por no recibir “la señal.” No sé que esperaban que pasara, pero no pasó. A uno de los pocos que me decía la hora, día y año de su vocación vi como nunca llegó a ordenarse sacerdote.
“Propusieron dos nombres: José, apellidado Barsabá, de sobrenombre Justo, y Matías. Y rezaron así: -«Señor, tú penetras el corazón de todos; muéstranos a cuál de los dos has elegido para que, en este ministerio apostólico, ocupe el puesto que dejó Judas para marcharse al suyo propio.» Echaron suertes, le tocó a Matías, y lo asociaron a los once apóstoles.” Así se elige al sucesor de Judas, “a suertes.” Tal vez hubiéramos esperado algo más espectacular, con algunos efectos especiales y más derroche de imaginación, pero fue “a suertes.” Por supuesto que Dios puede hacer lo que quiere (para eso es Dios), y se manifiesta de maneras particulares en algunos de sus hijos, pero no es lo normal. El que espera que Dios le hable a través de signos y situaciones extrañas es que, en el el fondo, no cree que Dios le esté hablando cada día de su vida. Queremos que Dios grite, pero no que cure nuestra sordera.
“Ya no os llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor: a vosotros os llamo amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer. No sois vosotros los que me habéis elegido, soy yo quien os he elegido y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y vuestro fruto dure.” Se ha perdido tanto el sentido de la amistad, como una relación “de segunda,” que no nos asombra que Dios nos llame amigos. Por un amigo, uno de verdad, se dejan compromisos, negocios, comodidades y planes propios. Y se hace sin pedir nada a cambio, sin preguntarnos que vamos a ganar y, en la verdadera amistad, sin que haga falta que nos lo pidan. Con un amigo nos encontramos bien, aunque estemos sufriendo juntos. Eso es la vocación.
“Permanecer en el amor de Dios.” Amigos de Dios y permanecer con Él. Disfrutar de Dios y con Dios. No significa una vida cómoda, ni una sonrisa permanente en los labios, ni que nadie valore nuestra vida. Simplemente hacemos lo que Dios quiere, estando con Él. Y así encontramos la paz, la alegría y nuestra vocación.
“A suertes.” Descubrir la propia vocación es una verdadera suerte. No podemos olvidar que Dios no nos habla de vez en cuando, cuando quiere algo de nosotros, eso no es un amigo, es un cliente. Dios nos habla cada día, en cada momento, ahora, sólo hay que saber escucharle.
La Virgen María es una de esas personas que tuvo una especial vocación de Dios, pero ten por seguro que no hubiera sido su respuesta tan inmediata si no hubiera sido, desde siempre, una gran amiga de Dios. Ahora pregúntate: ¿Cuál es mi vocación?