St 5, 13-20; Sal 140; Mc 10, 13-16

«Queridos hermanos: ¿Sufre alguno de vosotros? Rece». Hoy me bastan las siete primeras palabras de la epístola. Al fin y al cabo, si aprendiésemos la lección que contienen dejaríamos de buscar inútilmente respuestas a un interrogante tan manido. Y como en esta revista somos muy plurales, muy dicharacheros, y muy chipiripingui, te copio también una selección de perlas cultivadas entre los millones de respuestas que tiene la dichosa preguntita:

– «¿Sufre alguno de vosotros? Que se beba un cubata y se le pasa»… Bueno, quizá un cubata no baste. Deberían ser dos o tres. Y, para ser exactos, puede que la dosis surta efecto en un cincuenta por ciento de los casos; porque también me sé yo de algunos a quienes, después del quinto cubata, les entra la llorera y hay que llevarlos a su casa envueltos en toallitas (es que, además, se hacen pipí los muy cochinos). Al otro cincuenta por ciento, durante unas horas se les pasa la depre y cantan «Asturias patria querida», pero a la mañana siguiente la depre se recupera intacta con dolor de cabeza incluido… No sé si compensa.

– «¿Sufre alguno de vosotros? Que se lo cuente a los amigos»… Hmmm… Eso no está mal. Mejor que lo del cubata, seguro. Me parece hasta bueno y recomendable, porque, entre amigos, las alegrías se multiplican y las penas se dividen… Pero, antes de hacerlo, lee el libro de Job y comprueba el consuelo que recibió de Elifad, Bildad, Sofar… ¡Y Elihú! (¡qué cabrón, el tío!)… No es fácil, no.

– «¿Sufre alguno de vosotros? Que llore por las esquinas»… Hay gente que lo hace. Seguramente, es irremediable. Pero las esquinas, que como son mudas no molestan, sin embargo nunca han consolado a nadie. Lo único que hacen es mojarse cuando se les llora encima. También se mojan cuando un perrito levanta la pata al lado… El efecto es el mismo, porque a la esquina le da igual.

Ya está bien. Aquí se requiere ayuda urgente mente. ¡Que vuelva Santiago!

– «¿Sufre alguno de vosotros? Rece»… Mira: yo no te digo que por rezar vayas a dejar de sufrir. En la mayor parte de los casos la oración no mata las penas. Lo que sí puedo asegurarte es que las vuelve dulces. Llorar es necesario para todos, pero más importante aún es elegir el hombro sobre el que hacerlo. Y cuando derramamos nuestras lágrimas ante el Crucifijo, otras lágrimas se mezclan con las nuestras. Dicen que las lágrimas son amargas. Yo no lo sé, porque nunca me he bebido una taza de lágrimas en el desayuno… Pero sé que las lágrimas de Cristo son dulces, muy dulces. Y cuando lloras sobre sus hombros llagados de repente te descubres abrazando tu sufrimiento y considerándolo un tesoro. Prefiero yo mil veces sufrir junto al Señor que reírme lejos de él.

Todo lo demás: el cubata, los amigos, las esquinas… Todo eso está muy bien. Pero, cuando sufras, reza. Descubrirás que nunca se conoce tan bien que María es Madre como cuando se conoce al pie de la Cruz.