1Re 19, 9a. 11-13a; Sal 84; Rom 9, 1-5; Mt 14. 22-33
Jesús tiene la virtud desvelar la expresividad de lo creado. Ante sus ojos, todas las criaturas hablan de Dios y hablan del hombre. En esta clave debemos leer los milagros: no eran una forma «sobrenatural» de salir del paso ante dificultades «naturales», sino parábolas en acción; contienen tal carga expresiva que las palabras humanas jamás serían capaces de llevar hasta nosotros tanta riqueza sin reventar por el camino. Vemos hoy a Jesús caminando sobre las aguas, y a Simón naufragando tras haber dado unos tímidos pasos en su busca. No estamos recordando que existió un hombre capaz de pasear sobre una tormenta. Estamos contemplando cómo las aguas, la noche, los vientos, la tormenta, Pedro y el Señor pronuncian una maravillosa homilía… Estamos oyendo hablar de Dios.
El agua es la vida terrena. Todos hemos zarpado desde una orilla y, mientras vivimos, cruzamos un lago en busca de la orilla opuesta, en la que atracaremos algún día. La noche es la condición del hombre en este mundo. Navegamos sin saber bien hacia dónde. En algunos momentos, la noche es tan espesa que apenas si distinguimos los pocos metros de camino que hay ante nosotros. Quien diga que mañana seguirá navegando se arriesga a mentir, porque quizá mañana, o dentro de unas horas, tú o yo hayamos alcanzado esa orilla que la noche nos oculta. En cuanto a la tormenta… La conocemos demasiado bien. ¿Cuántas veces has tenido la sensación de no hacer pie?
¿Cuántas veces has temido que la vida te tragase, como traga el mar encrespado a las pequeñas barquitas de remos? Los problemas, los dolores, las angustias… ¿No te han puesto nunca un nudo en la garganta?
… Y Jesús. Es Jesús Resucitado quien ahora camina por encima de las aguas. La tormenta sigue rugiendo, pero Él está allí… Camina sobre el furioso lago, como en la Cruz caminó sobre el dolor y sobre la muerte… Pero, a Él, ni el dolor ni la muerte se lo tragan. Está vivo por los siglos. Si Él calmase la tormenta, como le has pedido, todo sería «demasiado fácil». Sin embargo, caminar en paz sobre los vientos… ¿Serás tú capaz, como Él, de caminar en paz sobre ese mar de dolores sin que la tormenta cese? ¿Serás capaz de ser feliz hoy, sin que a tu alrededor cambien las cosas, en lugar de hipotecar tu felicidad esperando a que la situación se arregle? ¿Podrás acercarte al Señor caminando serenamente sobre las aguas?
«Pedro bajó de la barca y echó a andar sobre el agua, acercándose a Jesús; pero, al sentir la fuerza del viento, le entró miedo, empezó a hundirse»… Mientras Simón tiene los ojos fijos en Jesús, camina sobre las aguas con paz. Pero cuando, desconfiado, mira hacia abajo y clava su mirada en la tormenta, se hunde. ¿Dónde tienes puesta la mirada? Mientras bajo tus pies rugen las olas, ¿cuál es tu oración? ¿Cansas al Señor diciéndole «¡Qué mal va todo!», o te extasías ante su presencia, sabiendo que Él está contigo, y dices «¡Qué bueno eres, Jesús!»? He ahí el secreto para caminar sobre las aguas. ¿Dónde crees que tenía puesta su mirada la Virgen, cuando fue capaz de mantenerse en pie sobre el Calvario?