Hoy celebramos las Témporas de acción de gracias y de petición. Son celebraciones muy vinculadas al mundo agrícola, donde se agradece el fruto de las cosechas y se pone en manos de Dios el inicio del retorno a la actividad. También podemos verlas en la perspectiva de un nuevo curso tras el período vacacional.
En cualquier caso es una celebración que tiene un alto significado. En la primera lectura Moisés recuerda al pueblo que no debe olvidarse de Dios. La tierra que va a poseer, y que dará frutos abundantes, le ha sido concedida por el Señor. ¡Qué fácil es olvidarse de quien nos ha dado prosperidad!. Por eso dice Moisés: “Acuérdate del Señor, tu Dios: que es Él quien te da la fuerza para crearte estas riquezas”. La tentación, entonces y ahora, es pensar que todo lo conseguimos con nuestras propias fuerzas. Es la idea del progreso que, de vez en cuando, como la crisis en la que nos encontramos, empieza a hacer aguas. Por eso es tan conveniente dar gracias. Así recordamos todo lo que se nos regala.
Esta celebración nos lleva a “caer en la cuenta” de que vivimos en un mundo creado por Dios. Estamos tan acostumbrados a él y a todas las maravillas que contiene que lo olvidamos a menudo. También nos ayuda a “caer en la cuenta” de que con nuestras fuerzas podemos poco. El espejismo de nuestros logros (reales y a veces muy sorprendentes y provechosos), no debe hacernos perder de vista nuestra limitación.
En el Evangelio Jesús nos insiste en que debemos pedir. Cuando experimentamos que ya no llegamos más lejos; que estamos exhaustos; que somos incapaces de hacer las cosas mejor… nada está acabado. Podemos acudir a Dios. Esto es verdad respecto de nuestras necesidades materiales, pero también de las espirituales. El Papa Benedicto XVI señala, hablando de la esperanza que, en la oración, cuando ya nadie nos escucha sabemos que hay Alguien que sí lo hace: Dios. Y la oración es eficaz. Lo sabemos por experiencia.
San Pablo, en la segunda lectura se refiere a como Dios ha reconciliado todas las cosas consigo en Jesucristo. Este es otro aspecto importante. Nos coloca en la dimensión de que nuestro trabajo, nuestras fatigas, deseos y esperanzas, no sean mundanos. Que toda nuestra actividad sea acorde con el designio de Dios. Eso es posible porque Jesucristo se une a nosotros y nos reconcilia con Dios. De esa manera podemos enfrentarnos al quehacer diario sabiendo que permanece a nuestro lado.
Que la Virgen María nos ayude a contemplar el mundo como creado por Dios; a tener conciencia de nuestra condición de creaturas y a vivir todos los acontecimientos como hijos de Dios.