En la Sagrada Escritura se habla de la dureza de corazón para referirse a la incapacidad de creer, De hecho es esa dureza la que pervierte la mirada del hombre sobre la realidad y lo cierra sobre sí mismo. No es extraño que de esa actitud se siga un mal comportamiento moral mostrado sobretodo en el trato injusto del prójimo. Cuando la dureza del corazón está muy extendida puede hablarse de “generación perversa”. Así lo hace el Señor en el Evangelio de hoy. Aquellos hombres, ¿y por qué no también nosotros?, eran incapaces de ver lo que tenían ante los ojos.

Hay una certeza y es que Dios no abandona a sus hijos. De la misma manera sabemos que el Señor busca continuamente caminos para acercarse al hombre, a todos y en todos los lugares. Es lo que expresa el salmo de este día: “¿Quién como el Señor, Dios nuestro, que se eleva en su trono y se abaja para mirar al cielo y a la tierra?”. El corazón de Dios tiene sed de todos los hombres. No hay uno solo que no sea importante para Él. Por lo mismo idea formas de hacerse reconocible. Al margen de que la revelación explícita, el conocimiento de la persona de Jesús, no llegue a todos, Dios ha puesto en el interior de cada hombre un deseo de verdad y de bien. De ahí que la voz de la conciencia indique, cuando se actúa con rectitud, un camino. Después hay otros muchos medios que el Señor dispone. Aunque no los conocemos todos sí que sabemos que el principal es la Iglesia.

Pero, no cabe duda de que, para descubrir la verdad y el bien, no basta con que estas estén ante nuestros ojos. También el Señor apareció ante sus contemporáneos e hizo milagros. Es necesario tener una mirada limpia. La dureza de corazón impide reconocer la realidad tal como se muestra. Y aún es capaz de algo peor. Cuando se generaliza influye en las demás personas. Es la “generación perversa”. Así se genera un ambiente, una forma de pensar, que impide a las personas ver la verdad de las cosas.

El Papa ha convocado un Sínodo para tratar sobre la Palabra de Dios. Ella es la roca sobre la que el hombre debe construir su casa. En las intervenciones sinodales vemos el deseo de que la Palabra de Dios sea más amada y mejor estudiada por los católicos. También está el deseo de poder anunciarla con mayor eficacia en nuestro mundo. Nosotros tenemos la suerte de que la Iglesia nos custodia y nos anuncia la salvación. Eso es motivo de una gran alegría. Pero también hemos de pedir, cada uno de nosotros, a Dios que mantenga limpia la mirada de nuestro corazón para saber reconocer los signos de su presencia.

Que María, la Virgen, nos ayude a no perder la limpieza de conciencia y nos acompañe en el seguimiento de su hijo.