La hipocresía es comparada, en el evangelio de hoy, con la levadura. Jesús nos previene porque muchas obras, que en su porte exterior pueden parecer una cosa, en su realidad profunda pueden ser otra, y eso depende de la fermentación. La levadura está oculta, como las intenciones del corazón humano. La Iglesia enseña que nunca se puede juzgar del interior de los hombres, porque los motivos últimos y todas sus circunstancias, se ns escapan. Por eso las palabras del Señor se dirigen al corazón; a lo que sucede en lo más íntimo de cada uno de nosotros.
Lo que ahora está oculto saldrá a la luz. Pero ya ahora nosotros podemos mirar que sucede en nuestro interior. Es el misterio de la conciencia. El Cardenal Ratzinger, en una célebre conferencia planteaba si la conciencia se opone a la autoridad. Es decir, si ésta quedaba reducida al ámbito de la mera subjetividad y, en cierto sentido, era infalible. En el razonamiento que hacía señalaba un punto importante que era el “sentimiento de culpa”. Y decía que este nos hacía salir de una existencia satisfecha de sí misma.
Ampliando el alcance de ese “sentimiento de culpa” podemos ver que muchas veces quedamos insatisfechos con nuestro obrar. Que aquello que hacemos de cara a los demás, aunque nos engañe en nuestro juicio, al final acaba teniendo consecuencias en el corazón. De ahí la intranquilidad, el desasosiego o la tristeza. El mismo Jesús une el tema de la hipocresía al de los respetos humanos.
Ratzinger continuaba su argumentación señalando que el hombre está abierto a la verdad y que, todos, podemos percibir que hay actos que están en armonía con nosotros y otros que no. Precisamente por eso, y a pesar de los influjos culturales, de las circunstancias socioambientales y de tantos otros condicionamientos, es posible para todos seguir el camino de la felicidad. Hay una verdad que corresponde a nuestro corazón, en las cosas y en las actuaciones.
Hoy Jesús nos invita a poner atención en ese hecho y lo hace exhortándonos a la confianza. Dice, “hasta los pelos de vuestra cabeza están contados”. Entre otras cosas este texto sugiere que los deseos que tenemos de ser felices son reales y están llamados a cumplirse. Pero en esa búsqueda de la felicidad podemos encontrarnos con la tentación de elegir atajos para evitar pequeñas o grandes dificultades. La confianza en Dios Providente ha de llevarnos a elegir siempre el camino de la verdad, evitando así toda hipocresía fingimiento. Se puede engañar exteriormente, pero todo lo decisivo, lo interior, acaba saliendo a la luz.
Que la Virgen María nos ayude a abandonarnos en el Señor para que podamos caminar siempre en su presencia con confianza y alegría.