2S 7,1-5.8b-11.14a.16; Sal 88; Rm 16,25-27; Lc 1, 26-38

Con el salmista, cantaremos eternamente la misericordia del Señor. Ha sellado alianza con su elegido: tú eres mi Padre, mi Dios, mi Roca salvadora. En esa alianza Dios muestra su paternidad, y, a la vez, también su maternidad: porque su misericordia, ternura y fidelidad son eternas. ¿Con quién? Ahora se nos dice. Con nosotros. La gloria se nos ofrece por Jesucristo, o lo que es lo mismo, alianza con todos en la que se nos muestra como padre y como madre —su ternura y su misericordia.

La inmensa carta a los Romanos termina con una doxología, breve alabanza a Dios, de corte apocalíptico —manifestación de lo que ha de llegar, de lo que ya está llegando—; consideran los entendidos, que bien hubiera podido cerrar todos los escritos de Pablo. Reafirmémonos en la fe de su evangelio, revelación del misterio ahora hecho patente, mantenido en secreto por tiempos eternos. ¿Y cuál es ese evangelio? Predicar a Jesucristo. ¿A quiénes? A todos. No sólo a los judíos, también a los gentiles. La salvación y la gloria se nos ofrecen en Jesucristo a todos por igual. Se nos ha manifestado ahora en escritos proféticos, inspirados, pues han sido dados a conocer a todos por orden de Dios, para que todos obedezcan en la fe, todos obedezcamos en la fe. ¿Fe en quién? La ternura, la misericordia y la fidelidad de Dios se nos ofrecen por medio de Jesucristo. Por eso, con él, fe en él.

Manuel Iglesias nos hace notar que en esta doxología, como en otras del NT, Cristo ocupa un puesto singular. Como mediador único en quien glorificamos a Dios (p. ej., 1P 4,11). A él se dirige de manera directa e inmediata nuestro culto junto con el Padre (p. ej., Ef 3,21). Porque a él se dirige de manera única nuestra alabanza, por ser Dios (p. ej., 2Tm 4,18). A él, nuestra alabanza por siempre. La alabanza a Dios la hacemos por él, y por él sea la gloria a Dios eternamente.

No es Jesús un elegido ocasional, por más que hubiera estado desde antiguo en los planes de Dios. No es algún el más bello de los hombres en el que Dios se haya fijado y, benevolente, le ha enviado su gracia. En estos días de preparación lo vemos de manera palmaria. Es el Hijo. Hijo de Dios nacido en el vientre de María por obra del Espíritu Santo. Engendrado según el misterio profundo de Dios. Claro que todo engendramiento participa en el misterio de Dios, pero la fuerza con la que esto se efectúa la encontramos ahora, no sólo en el hecho de que hemos sido creados a imagen y semejanza, sino sobre todo en que el Hijo se ha hecho semejanza e imagen nuestra cuando ha sido engendrado en el vientre de María Virgen —decisivo, pues, que sea con mayúscula, como nombre propio de María esta particularidad asombrosa de su ser madre, Madre de Dios, hecho por el cual se ha armado siempre, dice el refrán, la de Dios es Cristo, ¡porque lo es!

El ángel, que desvela a María el misterio del plan divino, guardado desde antiguo, la llama con nombre propio: Llena-de-gracia. Por causa de su Hijo. Gracia como benevolencia divina. Participio perfecto cuya acción viene de antes y dura todavía: en María se ha remansado la gracia.

Faltan cuatro jornadas para que lleguen los días de la encarnación del Verbo.