Gn 6,5-8; 7,1-5.10; Salm 28, 1-4.9-10; Marcos 8,14-21.

El relato de Noé no siempre es bien acogido por el auditorio. A primera vista parece que nos encontramos ante un Dios vengativo que no soporta el mal comportamiento de los hombres y decide acabar con ellos. El mismo texto parece sugerirlo al indicar que el Señor “se arrepintió de haber creado al hombre sobre la tierra”. Pero, también indica el dolor que en el corazón de Dios produce el pecado del hombre y, por eso, añade, que estaba afligido.

En cualquier caso la Sagrada Escritura debe ser considerada en su conjunto y, a la luz, de toda la Biblia, entendemos que el diluvio universal es un acto misericordioso de Dios. Se señala al inicio del texto como el mal va expandiéndose por el mundo y todo conduce hacia él. De forma sintética se describe un destino horrible para el hombre. Cuando repasamos el actuar de Dios a favor nuestro, descubrimos una bella historia en la que Él ha ido acompañándonos para, finalmente, en Jesucristo, liberarnos. La implicación del mismo Dios, entregando a su propio Hijo a la muerte ignominiosa y cruel de la Cruz, nos impide pensar en un Dios que se complace en el mal del hombre.

El escritor inglés C. S. Lewis señalaba que el dolor es como un altavoz a través del cual Dios grita al hombre para que éste le reconozca y pueda salvarse. Desde esa perspectiva puede entenderse algo mejor el relato del diluvio. La historia no puede realizarse sin el concurso de la libertad humana. Sin esta no existiría historia, sino simplemente un evolucionar de la materia, en la que no existiría responsabilidad pero tampoco habría alegría o sufrimiento. Los hombres, muchas veces, tejemos sólo con hijos de pecado y complicamos las cosas. Pero, Dios no deja de reordenar todo en orden a la salvación. Ese reordenamiento puede tener momentos bruscos, como el que simboliza el diluvio. Pero, queda claro en el texto y merece la pena que lo reflexionemos pausadamente, que Dios no tiene ninguna responsabilidad en ese mal. De hecho, nada malo puede venir de Él, ya que es suma bondad y Amor pleno.

Para nosotros el relato del diluvio nos enseña también a considerar las consecuencias sociales de nuestro mal obrar. Con frecuencia pensamos que nuestros pecados son algo que sólo nos afecta a nosotros. Sin embargo, siempre que actuamos en contra de lo que somos, dando la espalda a Dios, contribuimos a crear un escenario en el que las peores desgracias son posibles. Basta pensar en cuantos pecados individuales no estarán en la causa de la actual crisis económica que afectará a tantos inocentes y que dañará, probablemente, a los más débiles. Dios lo permite, pero no lo quiere. Al mandar a Noé que construya un arca, Dios se nos manifiesta como el que salva en medio de un desastre que tiene su origen en el pecado. Por eso hemos de seguir invocándole y pidiendo misericordia, para que el pecado no se adueñe del mundo.

Que la Virgen María interceda por nosotros para que todo el mundo pueda conocer la misericordia de Dios.