Is 58, 9b-14; Salm 85, 1-6; Lucas 5, 27-32

En el Evangelio de hoy leemos una clara invitación a vivir la Cuaresma: “No he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores a que se conviertan”. A nadie se le escapa que la invitación va precedida por un gesto misericordioso de Jesús, que se acerca a Leví, en su lugar de trabajo, y lo llama a seguirle. Por tanto, Jesucristo, nos llama a la conversión, pero lo hace introduciéndose en nuestra vida. Sin Él esta resultaría imposible para nosotros.

Me resulta muy consolador este pasaje. No se trata de que Jesús lance un mandato, que para nosotros, con nuestra solas fuerzas, sería insoportable. Él viene en persona a buscarnos. El hecho de que se acerque al mostrador de Leví y de que después acceda a compartir la mesa con Él nos señala la cercanía del Señor. Indica también cómo el principal interesado en nuestra salvación es el mismo Dios. Su amor le lleva al extremo de venir a buscarnos para que gocemos de la felicidad que quiere darnos.

Leví accede inmediatamente a la invitación de Jesús. Dice el evangelio: “él, dejándolo todo, se levantó y lo siguió”. Hay tres acciones, peo todas son motivadas por la misma persona: Jesús que está allí. La figura de Jesús muestra la primacía de la gracia. La reacción de Leví no es voluntarista, sino respuesta confiada al don que se le ofrece. Es importante considerar este hecho en el camino cuaresmal. Nuestros propósitos pueden estar faltos de esa confianza, y no ser vistos como un caminar hacia Dios acompañados por Jesucristo. Entonces se convierten en algo pesado, y o bien son motivo de orgullo o bien de tristeza por su incumplimiento. Jesús está ahí, invitándonos, dispuesto a acompañarnos. Podemos reconocerlo en la Iglesia y en multitud de cristianos que viven en amistad con Él. La Cuaresma no es un camino que emprendemos en solitario. No lo fue para Israel, que camino como pueblo por el desierto, precedido por la columna que le indicaba la dirección, ni lo es para nosotros.

Leví, lo podemos ver, acompaña su decisión con la alegría. El Señor la ha hecho nacer en Él. El detalle del banquete que ofrece da testimonio de ello. Se alegra con la nueva vida que el Señor le regala. Él ha respondido, y lo ha hecho con prontitud y radicalidad, pero sostenido por Jesús, y por eso banquetea en su honor rodeado de sus amigos. El ha puesto de su parte la prontitud y el desasirse de todo para acompañar al Señor. Jesús lo llama para algo muy grande, pues será uno de los doce apóstoles. También a nosotros, estemos donde estemos, nos viene a buscar. Reconozcamos su presencia y deseemos vivir a su lado. Pensar que la Cuaresma es principalmente privación es no comprender que lo que hacemos es reconocer mejor a Jesucristo en nuestras vidas.

Que María, la Virgen, nos ayude a reconocer el amor de Dios, que nos precede siempre, y que es la razón de nuestra alegría.