El Espíritu Santo renueva totalmente al hombre. Por eso hablamos de una creatura nueva. El hecho de ser cristianos nos ha supuesto una transformación radical: todo en nosotros ha sido renovado. Ahora somos hijos de Dios.
La parábola que hoy escuchamos en el evangelio nos sitúa en esa perspectiva en la que no es posible hacer apaños. No cabe intentar apropiarse de aspectos del cristianismo manteniendo la vida antigua. Esa ha sido una tentación muy antigua. Aún acusan a los Papas de no haber cedido al sincretismo en China. Al parecer algunos cristianos del lugar intentaban conjugar el Evangelio con creencias confucianas o el culto a sus difuntos. Pero hay cosas que son incompatibles, porque se excluyen mutuamente. El intento de mantenerlo todo, sea por sentimentalismo o por un universalismo mal entendido, no conduce a nada. Los Papas no cedieron en China y, algunos consideran que ello es la causa de que gran parte de aquel inmenso país no esté evangelizado. Quizás habría que pensar que, por su fidelidad a Jesucristo aún hoy podemos encontrar allí cristianos, aunque no sean muchos. El Evangelio lo renueva todo. Pero sabemos que esa renovación no supone anular nada que sea verdaderamente humano. La gracia no destruye la naturaleza.
El Evangelio de hoy nos lleva a dejarnos transformar totalmente por el Señor. A la luz de lo que leemos nos damos cuenta de que no podemos llegar a un equilibrio entre lo que Dios nos ofrece y lo que nos gustaría conservar de nuestra vida anterior. La santidad supone vino nuevo en odres nuevos. La santidad es globalizante y nos toma en nuestra integridad. Hemos de ser santos del todo y en todos los aspectos de nuestra vida.
De la misma manera Jesús nos hace un traje totalmente nuevo. Nuestra existencia no ha sido parcheada ni apedazada, sino constituida en una nueva dignidad. San Juan Crisóstomo clamaba pidiendo a los cristianos que fuesen conscientes de su dignidad. De esa conciencia iban a nacer las buenas obras, pero también el modo de estar. Porque en Jesucristo se nos ha dado una existencia nueva. A eso se refiere también el Apóstol en la primera lectura al decir: “Que la gente sólo vea en nosotros servidores de Cristo y administradores de los misterios de Dios”.
Probablemente muchos conflictos interiores de orden espiritual y también muchas confusiones en la vida comunitaria y en nuestra relación con otros cristianos desaparecerían si tomáramos conciencia de la novedad radical que supone el cristianismo. Antes que nada y por encima de todo somos hijos de Dios en Jesucristo.
Que la Virgen María, por quien nos ha venido el Salvador, ejerza su maternidad sobre cada uno de nosotros y así podamos sentir la alegría de sabernos amados por Dios y glorificarlo en nuestra vida.