La misión del Precursor ha finalizado: “cuando arrestaron a Juan”. Jesús inicia su tarea misionera: “proclamar el evangelio de Dios”. El mensaje es muy claro y directo: “se ha cumplido el plazo” (el de la espera en las promesas del Antiguo Testamento), “está cerca el reino de Dios” (que trae el mismo Jesús) “convertíos y creed en el evangelio” (y por tanto hay que volverse hacia él y aceptar la Buena Noticia que nos anuncia).
Jesús inicia su predicación invitando a una conversión de corazón pero, al mismo tiempo, manifiesta su preferencia por las personas. No está predicando una ideología a la que es bueno adherirse porque contiene ideas muy sugerentes, sino que invita a una relación personal con él. Y es el mismo quien inicia esa relación.
Así vemos que Jesús se acerca a os parejas de hermanos: Pedro y Andrés; Santiago y Juan. Es él quien llama y ellos responden con presura.
Señalan los Padres que habría sido una necedad por parte de aquellos pescadores de Galilea si lo hubieran dejado todo sin más, sin haber reconocido en Jesús algo más grande por lo que valía la pena dejarlo todo. Sorprende el adverbio “inmediatamente” aplicado a la acción de Pedro y Simón. No lo dudan ni un instante. Reconocen lo que han estado esperado y por eso no tienen reparos ni demoras. Lo que hacen los cuatro pescadores es muy simple: irse con Jesús.
Así se inició la predicación del Evangelio y así sigue sucediendo a día de hoy. Hay una invitación que sale del corazón del Verbo encarnado y que contiene una visión en profundidad sobre nuestra propia existencia: “os haré pescadores de hombres”. En el Concilio Vaticano II se dijo que en Cristo Dios revela al hombre su verdad. Así aparece en el texto de hoy. Quienes practicaban la pesca en un humilde lago son llamados a contribuir a la misión salvadora del Señor. En Cristo descubren el horizonte infinito de su existencia al ser tocados por su mirada.
Jesús también quiere acercarse a cada uno de nosotros en su cotidianeidad. Y sea cual fuere nuestra ocupación nos va a mostrar nuestra verdadera vocación. Lo hace desde su afecto (nos amó con corazón de carne) y nos invita a responderle con amor (“dejaron las redes”, “dejaron a su Padre Zebedeo en la barca con los jornaleros”). En ese dejar se muestra la preferencia de estos cuatro hombres por el Señor. En contra de la mentalidad burguesa ni el trabajo ni la familia es lo primero: el primero es Dios y cumplir su voluntad. Ese posponer de ninguna manera es despreciar. Lo que se indica es que todo ha de ordenarse al encuentro con Jesús: la vida familiar, el ambiente laboral, el colegio, las actividades de ocio, la misma economía.
El Evangelio de hoy nos recuerda que el Niño que nació en Belén y que fue adorado por pastores y reyes que acudieron a su encuentro sale ahora en busca de cada hombre. Es una tarea que se prolonga en el tiempo a través de la Iglesia y que nos invita, hoy de nuevo, a volver nuestro corazón hacia él. Somos llamados a juzgar si algún aspecto de nuestra vida se antepone a nuestra relación con el Señor. Y también a ver si nuestra relación con Jesús nos lleva a descubrir una hondura mayor en todas las facetas de nuestra vida.