Comentario Pastoral
BORRAR EL PECADO

En el evangelio que hoy se proclama aparece Juan Bautista dando testimonio de Jesús. La imagen de Juan con el brazo extendido y el dedo apuntando a Cristo («Este es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo») es teológicamente más expresiva que aquella en que aparece con la concha en la mano bautizando en las riberas del Jordán. Aquí encontramos ya un primer tema sugerente: a ejemplo de Juan, el creyente ha de ser para todos una mano amiga y un dedo indicador de lo trascendente en un mundo de tantos desorientados, donde la increencia va ganando adeptos. Juan identificó a Cristo; los bautizados tendremos que ser en medio de la masa identificadores y testimonio de fe cristiana. Juan, porque conoció antes a Cristo, lo anunció; los cristianos hemos de tener experiencia profunda de quién es Jesús, para testimoniarlo. Para poder conocer a Cristo, antes hay que haberlo visto desde la fe.

Jesús es el Cordero, el Siervo de Dios, que quita y borra el pecado del mundo. Es todo un símbolo de paz; de silencio, de docilidad, de obediencia. Isaías define al Mesías como cordero que no abre la boca cuando lo llevan al matadero y que herido soporta el castigo que nos trae la paz. Con la muerte del Cordero inocente, que puso su vida a disposición de Dios para liberar a los hombres de la esclavitud del pecado, se inaugura la única y definitiva ofrenda grata al Padre del cielo. A imitación de Jesús, el cristiano debe ser portador de salvación y liberador de esclavitudes que matan. En la pizarra de la sociedad actual, en la que se escriben y dibujan a diario con trazos desiguales tantas situaciones injustas y violentas, la fe y el amor del creyente han de ser borrados de los pecados de los hombres. Esta capacidad de limpieza religiosa purifica los borrones de la increencia estéril, que achata la óptica existencia.


Andrés Pardo


Para orar con la liturgia
Cristo, nuestra Pascua, ha sido inmolado.
El es el verdadero Cordero
que quitó el pecado de¡ mundo;
muriendo destruyó nuestra muerte,
y resucitando restauró la vida.


Prefacio Pascual I


Palabra de Dios:

Isaías 49, 3. 5-6 Sal 39, 2 y 4ab. 7-8a. Sb-9. 10
san Pablo a los Corintios 1, 1-3 Juan 1, 29-34

Comprender la Palabra

La lectura de Isaías de este II Domingo del Tiempo Ordinario, forma parte del llamado Segundo Isaías (capítulos 40-55). El texto que se lee hoy es el segundo poema o cántico del “Siervo de Yahvé”. El profeta ante la conducta adoptada por los que han vuelto del destierro, dirige su palabra al “resto”, a ese grupo reducido que, a pesar de vivir en medio de un ambiente hostil, permanece fiel al Señor.

Llama la atención la visión universalista de este cántico: el Siervo del Señor, místicamente identificado con su pueblo y consciente de una fuerza divina, siente en sí la vocación misionera universal de llevar a todos los pueblos del mundo la verdad y la salvación de Dios. Su misión no se circunscribe solamente ya a Israel, sino que abre un camino a los gentiles que culminará en su momento: las profecía tendrá su cumplimiento en Jesús y en sus discípulos.

San Pablo escribe a la comunidad de Corinto para denunciar el lamentable estado en el que se encuentra, a pesar de que el espíritu la había prodigado con abundantes dones. Hoy escuchamos el saludo inicial. Al saludar de corazón, deseamos el máximo bien. Para el apóstol lo era la Paz de Dios y su Gracia, síntesis de cuanto nos ha dado Dios en Cristo, hoy como ayer la misión sigue pareciendo una tarea inalcanzable, compleja y sumamente difícil para todos los discípulos de Jesús. La palabra de la Escritura sigue siendo una luz que ilumina, una seguridad que reconforta, un sello de autenticidad. Es necesario seguir adelante, a pesar de las dificultades, atajando el mal, intentando ofrecer al mundo una imagen creíble de la Iglesia de Jesucristo.

El capítulo primero del evangelio de san Juan, es un texto introductorio compuesto de dos partes: el prólogo (vv 1-18) y los testimonios (vv 19-51) que contienen confesiones de fe acerca de Jesús. La lectura de hoy recoge el primer testimonio de Juan Bautista acerca de Jesús. El evangelista va a poner especial cuidado en subrayar la superioridad de Jesús respecto del Bautista, ante la pretensión de la secta llamada de los “bautistas” que tenían a Juan Bautista por Mesías.

En el marco del Bautista de Jesús en el Jordán, el Precursor da testimonio de Jesús t lo manifiesta al pueblo, lo declara Mesías Redentor. Como punto de partida del testimonio de Juan sobre Jesús , le da el título de “Cordero de Dios”: la misión de Jesús en cuanto Mesías servidor y víctima, consiste en quitar el pecado del mundo. Jesús viene a instaurar el Reino de Dios y su obra en la tierra tiene como objetivo suprimir el pecado, es decir, todo cuanto significa hostilidad a Dios, injusticia, impiedad, mentira y depravación. Para purificar al mundo de sus pecados, al Mesías, Hijo de Dios, lo llenará de su Espíritu santificador, ese mismo Espíritu que se manifestó sobre Él visiblemente en la teofanía del Jordán. Además de quitar, el verbo del texto original significa “tomar sobre sí” (para llevar como una carga propia) es la única manera de regenerar y transformar el mundo. Cristo comunicó este mismo Espíritu a los apóstoles, para que esta misión suya sea perenne.



Ángel Fontcuberta


sugerencias litúrgicas

Octavario de Preces por la Unidad de los cristianos


Entre los días 18 al 25 de enero se celebra el Octavario de Preces por la Unidad de los cristianos. Conviene recordatorio en la Oración de los fieles, tanto en las celebraciones dominicales, como en las feriales. Uno de los días es recomendable usar integramente el formulario de la Misa por la Unidad (Misal Romano, pp. 923-928), incluso con lecturas propias. Los días restantes se pueden decir las tres oraciones, la Oración de los fieles y el Prefacio por la Unidad, las Lecturas restantes, en cambio, serán del domingo. También sería oportuno celebrar el sábado del Octavario u otro día oportuno, la Misa de santa María, madre y reina de la Unidad (Misas de la Virgen María I, nº 38) con las lecturas de feria.





al ritmo de la semana


Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos

Por iniciativa del sacerdote lionés Paul Couturier nace un tiempo (18-25 enero) consagrado a la plegaria ecuménica que titularía primero “Octavario para la Unidad de los Cristianos” (1934) y que se convertirá desde 1939 en la “Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos”. La gran intuición de Couturier fue hallar una fórmula con la que todos los cristianos, sin excepción, pudieran orar juntos en un mismo lugar. La fórmula es bien conocida: Orar al Señor para que envié el don de la unidad “por los caminos que él quiera y como él quiera; a fin de lograr el deseo de Jesús recogido en el evangelio de san Juan e integradas en la llamada oración sacerdotal: “Padre, te ruego por ellos, para que sean uno, como tú y yo somos uno, para que el mundo crea” (Jn 17,21).

Este mismo deseo expresa el Concilio Vaticano II en el nº 8 del Decreto de Ecumenismo: “La conversión de corazón y santidad de vida, juntamente con las oraciones privadas y públicas por la unidad de los cristianos, han de considerarse como el alma de todo movimiento ecuménico, y con razón puede llamarse ecumenismo espiritual”.

Esta Semana de Oración es el momento en el que la obediencia que las Iglesias deben a Cristo respecto a ser uno “ para que el mundo crea” se hace plegaria humilde y esperanzada. La espiritualidad de la Semana hace que la tarea (lo que los cristianos y sus Iglesias deben trabajar en orden a la restauración de la unidad) se ponga bajo la perspectiva del don, ya que la unidad es más don divino que realización humana.

Los textos bíblicos, los esquemas celebrativos, los cantos, las liturgias, etc., preparados por un equipo mixto, nombrado por el Consejo Ecuménico de las Iglesias y el Pontificio Consejo para la Unidad de los Cristianos, alcanzan su razón de ser, cuando un grupo de cristianos (ya sea Parroquia, Comunidad religiosa u otra índole) deciden celebrarla.

Su celebración, normalmente vespertina adquiere especial relieve y significación cuando se hace de manera interconfesional con intercambio de predicadores.

Ángel Fontcuberta



Para la Semana

Lunes 17:


San Antonio (+356), abad, penitente que atrajo muchos discípulos.


Hebreos 5,1-10. A pesar de ser Hijo, aprendió a obedecer.

Marcos 2,18-22. El novio está con ellos.


Martes 18:

Hebreos 6,10-20. La esperanza que se nos ha ofrecido es para nosotros como ancla segura y fuerte.

Marcos 2,23-28. El sábado se hizo para el hombre y no el hombre para el sábado.

Miércoles 19:

Hebreos 7,1-3.15-17, Tú eres sacerdote para siempre según el rito de Melquisedec.

Marcos 3,1-6. ¿Está permitido en sábado salvarle la vida a un hombre o dejarlo morir?

Jueves 20:
: San Fructuoso, obispo y sus diáconos, San Augurio y San Eulogio (s. III), mártires en la persecución de Valeriano, o San Fabián (s. III) papa, mártir en la persecución de Decio, o San Sebastián, mártir en la per-
secución de Diocleciano, uno de los más famosos de la antigüedad cristiana


Hebreos 7,25-8,6. Ofreció sacrificios de una vez para siempre, ofreciéndose a sí mismo.

Marcos 3,7-12. Los espíritus inmundos gritaban: «Tú eres el Hijo de Dios”, les prohibió que les diese a conocer.

Viernes 21:
Santa Inés (s. IV), virgen y mártir.
Muchos Padres de la Iglesia han proclamado las alabanzas de esta mártir romana.


Hebreos 8,6-13. Es mediador de una alianza mejor.

Marcos 3,13-19. Fue llamado a los que él quiso y los hizo sus compañeros.

Sábado 22:

: San Vicente (+ 304), diácono zaragozano, martirizado en Valencia.

Hebreos 9,2-3.11-14. Usando su propia sangre ha entrado en el santuario una vez para siempre.

Marcos 3,20-2 1. Su familia decía que no estaba en sus cabales,