Heb 11,1-2,8-a9; Cántico de Lu 1; Mc 4,35-41

La fe, por la fe, con fe. La fe te ha salvado. Esperamos con la fe. Por la fe salimos sin saber hacia dónde vamos, porque, como Abrahán, obedecemos la llamada del Señor: Sígueme. ¿A dónde, Señor? No lo sabemos. Pero por la fe que en él tenemos, pues ella es nuestra única posesión, aquello que, siendo nuestro, se nos da por gracia, anhelamos el buen camino. También nosotros esperamos la ciudad de sólidos cimientos cuyo arquitecto y constructor es el mismo Dios. Por la fe y con ella estamos embarcados en una tarea fantástica, la de construir el reinado de Dios, viviendo en la esperanza de lo que nos llega, sabiéndonos herederos de la promesa. Consideramos digno de fe a Dios. Por fe y con ella buscamos el lugar en donde se dará ese reinado. Mas ¿no estaremos todavía a tiempo de volver allá de donde partimos antes de oír la llamada del Señor? Sí, lo estamos, pero por fe esperamos y confiamos, aunque en nuestra fragilidad, porque Dios no tiene reparo en llamarse nuestro Dios. Por fe y con ella participaremos del sacrificio que se cumple con el nuevo Isaac, Jesús, porque esta vez no será substituido por ningún cordero sin mancilla. El cordero será ahora el propio Jesús y, por fe, seremos rociados con su sangre para el perdón de nuestros pecados, para la obtención de la vida eterna, para la afirmación del camino de nuestro seguimiento. Porque de esta manera vivimos el sacrificio de Jesús como figura y realidad del futuro que se hace presencia eucarística entre nosotros.

Bendito, pues, sea el Señor porque ha visitado a su pueblo y ha mirado la humildad de su esclava, suscitándonos una fuerza de salvación, predicha ya desde el Antiguo Testamento. Por la fe, también nosotros tomamos parte en esa inmensa procesión de los que han creído, y su fe les fue computada como justicia. Véase de qué manera tan exacta concuerda la carta a los Hebreos, quien quiera que la escribiera, quizá Apolo, según dicen algunos entendidos, con la doctrina asombrosa de san Pablo.

¿Aún no tenéis fe?, ¿no habéis comprendido que es ella lo único que os pido para que seáis mis seguidores? La imagen de la barca en plena tempestad es pura maravilla para comprender lo que somos y lo que es la Iglesia. Se levantan fuertes huracanes, las olas rompen contra nuestra barca. Zozobramos de angustia. Todo parece caerse. Nada va a subsistir. Hasta cuando la UE hace un calendario para regalar a sus jóvenes estudiantes, señala las fiestas de todas las religiones que aparecen entre nosotros, menos las cristianas. No florecen ya entre nosotros. Somos la risión de todos. Estamos dejando de existir. Maestro, ¿no te importa que nos hundamos? Porque vemos a Jesús, en el que creímos confiar, al que queremos, durmiendo, desinteresado de todo lo que nos acontece. En estas circunstancias es duro mantener la confianza en lo que ha de venir, pues todo nos increpa, y las aguas abisales rebullen a nuestro alrededor. Nos tiemblan los pulsos. No entendemos lo que está aconteciendo. No sabemos si habrá salvación para nosotros o se nos caerán los sombrajos de una vez por todas. Pero entonces Jesús se puso en pie, increpó al viento y dijo al lago: ¡Silencio, cállate! El viento cesó y vino un gran calma. ¿Acontecerá lo mismo ahora? ¿Despertará a tiempo, o dejará que nos hundamos con él?

¿Por qué sois tan cobardes? ¿Aún no tenéis fe?