Más vale tarde que nunca. Hoy escribo tarde y desde Zaragoza, en una escapada rápida para celebrar unas bodas de plata. Siempre que vengo a Zaragoza procuro pasarme unas horillas rezando en la Basílica del Pilar. Siempre hay un gran movimiento de gente: excursiones, peregrinaciones, curiosos, gente de toda edad, condición social y aspecto. Pero sobre todo hay gente que reza. Muchas personas vienen a poner a los pies de las Virgen sus alegrías, penas, esperanzas. Desde aquellos ánimos que dio la Virgen a Santiago para que no se volviese atrás en el anunciar el Evangelio, la Virgen sigue animando desde ese pilar desgastado por los besos de los peregrinos.

«No hay árbol sano que dé fruto dañado, ni árbol dañado que dé fruto sano.

Cada árbol se conoce por su fruto; porque no se cosechan higos de las zarzas, ni se vendimian racimos de los espinos.

El que es bueno, de la bondad que atesora en su corazón saca el bien, y el que es malo, de la maldad saca el mal; porque lo que rebosa del corazón, lo habla la boca.

¿Por qué me llamáis «Señor, Señor», y no hacéis lo que digo?

El que se acerca a mi, escucha mis palabras y las pone por obra, os voy a decir a quién se parece: se parece a uno que edificaba una casa: cavó, ahondó y puso los cimientos sobre roca; vino una crecida, arremetió el río contra aquella casa, y no pudo tambalearla, porque estaba sólidamente construida.

El que escucha y no pone por obra se parece a uno que edificó una casa sobre tierra, sin cimiento; arremetió contra ella el río, y en seguida se derrumbó y quedó hecha una gran ruina.»

El Evangelio de hoy no tiene desperdicio, por eso no me importa copiarlo entero. Nuestra vida da frutos, ninguno somos estériles espirituales. O damos frutos buenos o malos. Tal vez pienses que tu vida es gris, intrascendente, sin interés para nadie. Sin embargo te aseguro que tu vida influye en muchas personas. Por eso hay que procurar atesorar bondad en el corazón y sacar el bien. Hay que saber enseñar al corazón a distinguir lo bueno de lo malo, lo justo de lo injusto. Estamos en un mundo en que tenemos cien mil influencias distintas. Miles de cosas entran por nuestros oídos y por nuestro ojos, y cada una va dejando su poso en el corazón. Cuando las personas meten en su corazón violencia, sensualidad, egoísmo…, no pueden luego sorprenderse de tener reacciones violentas, vivir encerrados en sí mismos, venirse abajo ante las dificultades, desesperar. No son grandes pecadores, pero tampoco están dispuestos a ser grandes santos. Por eso sus frutos están dañados, porque muchas veces hablan más de sí mismos que de Dios.

Sin embargo el que sabe que “Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores, y yo soy el primero”, sabe que cada pequeño rato de oración, cada comunión, cada acto de caridad -tal vez escondido para el mundo pero patente ante Dios nuestro Padre-, va poniendo bondad en su corazón. Y se descubre a sí mismo siendo paciente, afable, virtuoso. Y descubre que es Dios quien hace esas cosas en él, que es el Espíritu Santo el que cambia su corazón y saca lo mejor de Él.

La Virgen del Pilar. Sobre esa roca firme, no sobre arena, podemos cimentar nuestra vida. La devoción filial a la madre del cielo nos descubrirá lo mejor que hay en nuestro corazón y a nunca dejar que el enemigo siembre mala semilla en nuestro corazón.